El artista popular de Belarús, Leonid Shchemelev, siempre ha sido abierto y franco no sólo en su obra, sino también en sus juicios personales.

Leonid Shchemelev: “La vida es la capa más valiosa”

El artista popular de Belarús, Leonid Shchemelev, siempre ha sido abierto y franco no sólo en su obra, sino también en sus juicios personales. A menudo, especialmente en la juventud, lo castigaban, como se suele decir, por su carácter difícil. A esta altura sigue siendo fiel a sus principios (a propósito, en febrero Leonid Shchemelev cumplió noventa y dos años). Me convencía de eso una y otra vez, cuando tuve la posibilidad de reunirme y hablar con el reconocido artista de Belarús. Hablábamos no sólo del arte y la cultura, que, sin duda, lo interesan mucho. Siempre me parecía muy curioso conocer su visión en cuanto a la vida, historia y actualidad. Una rica experiencia de Leonid Schemelev siempre le permitía opinar de muchas cosas. Últimamente, muy a menudo él ha hablado sobre la situación en el país vecino, Ucrania. Pero él ni siquiera podía encontrar una explicación a lo que está sucediendo allí. Sólo decía con emoción: “¿Cómo pudo suceder esto? ¿Por qué se hizo posible? Es la verdadera guerra: muere gente...” La palabra clave fue “guerra”, de la que él sabe mucho. A propósito, en los años cuarenta del siglo pasado, él luchó por la liberación de Ucrania de los alemanes nazis. Y esa franqueza y honestidad, así como el derecho --ganado con su propia sangre-- de escribir la verdad “sobre lo que pasó”, así como su talento y profesionalismo, forman base de su obra dedicada a los tiempos de guerra. A su vez, su biografía de guerra yo he aprendido muy bien de sus historias frecuentes. 

Artista del pueblo de Belarús Leonid Shchemelev y su obra "Abondonando la Patria”

 El 22 de junio de 1941. Esta mañana dominical trajo a Leonid de 18 años de edad mucho sol y alegría. El ánimo era excelente, todo era bien: al lado sus padres y amigos, hermosa naturaleza, ambiente ruidoso muy habitual del mercado de Pólotsk y de su calle natal, olor fuerte de los caballos que iban a beber fresca agua del río. En una palabra, el mundo alrededor parecía ser fabuloso, brillante y alegre. 

Aquella mañana Leonid junto sus amigos se fueron para nadar en el río, Vitba, afluente del río, Dviná Occidental. Los chicos alquilaron un barco y comenzaron a remar bajo el acompañamiento de la canción. “Por olas y mares, estoy aquí hoy, mañana allí...” ellos disfrutaban de su entorno familiar, nadando en el medio del río. Y de pronto a las doce de mediodía, el altavoz de color negro en la estación de barco anunció que se esperaba la intervención del Vicepresidente del Consejo de Comisarios del Pueblo de la antigua Unión Soviética, ministro de Asuntos Exteriores, Viacheslav Mólotov. 

¡Guerra! La gente se huía en pánico en todas las direcciones, Leonid junto con los chicos también corrió hacia su casa. Lo perseguía el pensamiento único: ¿qué pasó? Hace sólo una semana, la Agencia de Telégrafos de la Unión Soviética, TASS, informó que no habrá guerra. Y al día siguiente los aviones alemanes, “Junkers”, lanzaron a la ciudad de Vítebsk -a la zona de aeródromo e instalaciones petroleras- las primeras bombas. Una bomba se explotó cerca del gran almacén, “Lux”. Pero lo peor para los vecinos de Vítebsk en esta situación era que esta armada de aviones negros nadie podría detenerla. Por alguna razón nuestras baterías antiaéreas permanecían sin disparar. Lo que era algo aterrador. Leonid recordó el sueño visto por su madre el día anterior: un enorme grupo de pájaros negros cubrió el cielo de la ciudad de Vítebsk. Pero entonces nadie creía en los sueños místicos. Unos días más tarde, el padre de Leonid, Dmitry Alexéevich, fue llamado al ejército para formar parte del batallón de ferroviarios, sin armas, con una mochila detrás de la espalda, se fue en la dirección hacia la carretera de Surazh. Las últimas palabras -que dijo él a sus familiares- eran: “¡Qué me esperen, por favor, pronto estaré de vuelta!” Y nunca volvió. Se desconoce, dónde y cómo murió... 

El 3 de julio los vecinos de Vítebsk escucharon por la radio la intervención de Iósif Stalin: “¡Camaradas! Ciudadanos! Hermanos y hermanas!” Y entendimos que todo estaba muy mal. De 5 a 6 de julio de 1941, la división de infantería ha detenido el ataque del enemigo en la frontera entre los pueblos, Gnezdílovo-Lipno-Párnevo-Moshkany-Alexándrovo. El 10 de julio las tropas soviéticas se vieron obligadas a dejar la ciudad de Vítebsk. 

Es más, dos días antes en la ciudad no se quedó nadie de vecinos. De repente vino el esposo de la hermana de Leonid, Galina: su regimiento estaba esperando marchar para el frente. En ese momento, Galina estaba en el séptimo mes de embarazo. Su marido dijo que era imposible detener a los alemanes y era necesario, hasta que no fuera demasiado tarde, irse más allá del frente, a la retaguardia, pues la esposa del oficial soviético no podía quedarse en Vítebsk. 

Ellos se acercaron al comandante de la ciudad, general mayor, Trostenko, y él dio a Leonid un permiso para salir acompañando a su madre, Agafia Venedíktovna, y hermana embarazada. Entonces no era fácil salir de ciudad, pues NKVD (policía secreta - Aut.) controlaba muy estrictamente la evacuación de la población. En la ciudad, se quedaron: su abuela, Polina Alexéevna, con su marido y Ana, la hermana de Agafia Venedíktovna, que no fueron evacuados. 

L. Shchemelev. “Apeadero”

Leonid, su madre y su herman apenas lograron subir al último tren, que se iba al este. En afueras de Vítebsk el tren fue atacado por la aviación enemiga. Entonces Leonid por primera vez vio así de carca la muerte y el dolor humano. En el tren hubo pocos hombres, en su mayoría eran mujeres y niños y era difícil imaginar que estaba pasando allí. Cuando los aviones bombardearon, los vivos enterraron a los muertos y ayudaron a los heridos. Aquí mismo, en afueras de Rudnia, se saltaron paracaidistas alemanes: los paracaídas, recuerda Leonid Schemelev, eran de colores y las figuritas debajo de ellos eran de color negro siniestro que parecía al color de la muerte misma que bajaba desde el cielo. Los paracaidistas los dispararon desde el aire, las balas pasaron muy cerca, pero afortunadamente no los tocaron... Luego en el camión, acompañados de los militares ellos llegaron a la pequeña estación Kardymovo situada en el norte-este de la ciudad de Smolensk, allí subieron nuevamente al tren de carga y a través de Yártsevo, Safónovo, Vyazma y Mozhaisk, bajo los bombardeos sin fin el 21 de julio llegaron a la estación de ferrocarril de Moscú. 

El mismo día la ciudad fue objeto del primer bombardeo de aviones enemigos, por lo tanto, fue anunciado el primer ataque aéreo. En la ciudad de Moscú, así como en todo el territorio del Distrito Militar de Moscú, estaba anunciada la guerra, y los moscovitas formaban parte de las divisiones de milicia nacional, batallones de destructor, lo que impresionó muchísimo a todos los refugiados por su imagen inquietante. 

Los moscovitas dieron una cálida bienvenida a los belarusos, así como a los vecinos de Smolensk, vestidos mal, sucios, hambrientos, agotados, sin dinero y documentos: en primer lugar, les dieron de comer, luego en autobuses los llevaron a diferentes lugares, les propusieron alojamiento temporal en viviendas y clubes, así como recaudaron dinero para su próximo viaje hacia la retaguardia. Los familiares de Leonid Schemelev se alojaron en el club de los molineros, que se encontraba frente a la estación ferroviaria de Kazán, les dieron cupones para adquirir alimentos, así como colchones. Leonid por primera vez se encontró en Moscú y, por supuesto, en primer lugar decidió buscar el callejón Lavrúshinsky, donde se encontraba la Galería Tretiakov. En el camino vio enormes globos estratosféricos que los militares tiraban con cuerdas. Esto, también, impresionaba mucho. Pero luego él tuvo mala suerte: cerca de la fachada principal de la galería estaba un guardia que no dejaba pasar a nadie. Así que Leonid tuvo que aplazarlo el recorrido por el museo del arte ruso más grande del mundo -que soñaba ver desde la infancia-hasta que terminara la guerra. Pero en Ostánkino él pudo visitar la Exposición Agrícola de toda la Unión Soviética, al hacerlo un tiempo antes de su cierre (la exposición volvió a funcionar sólo en 1954).

L. Shchemelev. “Autorretrato”
 
Luego fue la ciudad de Ivánovo, donde Leonid y sus familiares se detuvieron para un tiempo corto en la acogedora casa de los parientes del esposo de Galina. Y luego ellos tuvieron que recorrer un largo camino en la dirección al sureste. El punto del destino final resultó ser la ciudad Seménov, donde la familia de Schemelev se instaló en un apartamento privado. Galina -que se graduó de la escuela pedagógica- fácilmente encontró el trabajo de maestra en la escuela primaria local. Para entonces ya había dado a luz a un hijo, Vilia, que cuidaba la madre de Leonid, Agafya Venedíktovna. 

Leonid -que se inscribió en el servicio militar- comenzó a trabajar en la fábrica de hierro, que hacía granadas de mano de fragmentación, F-1, las así llamadas granadas de defensa. Además de eso, aprendió rápidamente el trabajo de soldadura y pronto sustituyó al maestro de soldadura eléctrica bien experimentado, Necháev, quien tuvo que fue llamado a filas. 

Mientras Leonid trabajaba y junto con sus compañeros esperaba la movilización, pasó por los cursos de general formación militar, que ofrecían instructores especiales, a fin de aprender a usar el rifle de Mosin. Hace falta señalar que ni siquiera el frente tuviera suficiente cantidad de rifles de combate. 

Después de algún tiempo llegó el momento tan esperado: en diciembre de 1941, según el Decreto de agosto del Presidium del Soviet Supremo de la antigua Unión Soviética sobre la movilización de los reclutas nacidos en 1923, Leonid finalmente fue llamado a filas junto con el grupo de vecinos de Gorky y Leningrado (a esta altura, la ciudad rusa de San Petersburgo – Aut.) que hace un par de meses fueron liberados del bloqueo. Al dejar su trabajo en la fábrica y al despedirse de sus familiares, con la ración de pan de un kilo y medio en su mochila, a una hora exacta, Leonid se acercó a la oficina de reclutamiento de la ciudad de Seménov. 

Leonid fue enviado a la escuela de sargentos. A la preparación de los futuros comandantes subalternos se dedicaba el comandante de la compañía, Plaschinsky, oficial con experiencia, que ya tuvo que pasar por un bautismo de fuego: justo en el comienzo de la guerra fue gravemente herido en el ojo. Los entrenamientos militares, a pesar del frío intenso, tenían lugar de la mañana hasta la tarde. Algunos no podían soportar estas cargas y pedían cambiar su destino militar. El resto con impaciencia esperaban la llegada de la primavera y el verano, pero al sucederlo, no sintieron un alivio, era más se les comían a vivo los mosquitos. Esto duró mucho tiempo. El 2 de diciembre de 1942, Leonid tomó el juramento militar y recibió el grado de sargento secundario y comenzó a preparar para futuras batallas a los reclutas jóvenes que llegaban constantemente al regimiento: eras chicos casi su edad. Era difícil en todos los aspectos, pero sobre todo con la comida: todos los días se les ofrecían repollo, remolacha forrajera y 650 gramos diarios de pan acuoso bien pesado. Así fue la alimentación de los soldados. Claro que para un organismo joven eso no era suficiente. 

En el estudio

La vida de Leonid Schemelev era más fácil, pues era un comandante secundario, que tenía algunos privilegios en comparación con otros soldados. Además de eso, le ayudaba también que la madre naturaleza le dio una salud envidiable (es probable que la heredó de su abuelo). También le ayudaron los deportes que practicaba desde pequeño: acrobacia, fútbol y natación. Así que el joven gozaba del respeto merecido de sus subordinados y superiores. De todos modos, todos soñaban en ir al frente, pensando que allí les esperaban no sólo medallas, sino también buena alimentación. 

Por supuesto, hubo horas de descanso, cuando los soldados cantaban canciones y bailaban, escuchaban la radio con las últimas noticias del frente que llegaban junto con reportes del Buró de Información de la antigua Unión Soviética (Sovinformburo). Además de eso, los jóvenes soldados dibujaban folletos de combate, así llamadas “ráfagas”. De modo especial, ellos esperaban el día, cuando les traían nuevas películas. Sin embargo, para sentirse feliz les faltaban mucho las muchachas. Era comprensible, pues jóvenes tenían días libres, no tenían a dónde ir... 

En el junio de 1943, fueron formadas las primeras compañías de marcha y batallones. El sargento, Leonid Schemelev, fue nombrado el comandante de la sección. Así que llegó su tiempo para ir al frente. 

Leonid Schemelev cuenta: “Yo no soy un historiador, ni tampoco soy un investigador de dramas de guerra, pero en mi alma las acciones de infantería dejaron marcas bastante extrañas: no era una decepción, sino un sentimiento profundo de anhelo. Aunque yo tenía sólo veinte años, me daba cuenta de que aquellas batallas brutales -en las que perdían sus vidas miles y millones de seres humanos- no podían traer felicidad a los vencedores. Y ¿qué pasaba con los perdedores? Así que sentía que esta guerra era todo un desastre para la humanidad, no importaba quién tenía la razón y quién era el culpable. En su momento, el poeta romano precristiano, Virgil, escribía que “de la guerra no se puede esperar ningún beneficio”, y el autor francés, Francois Fenelón, a principios del siglo XVIII, declaró explícitamente que “la guerra es el mal, que infame la raza humana”. 

Tal vez el semejante sentimiento 30 años más tarde me llevó a la creación de la pintura, “Justificará”, que después fue nombrada “Tribunal de Campo”. En la misma yo traté de revelar la agitación interna de un joven confundido, un soldado, que se encontró por la voluntad del destino en medio de una masacre brutal de la guerra y no entendía lo que estaba pasando a su alrededor. En muchas ocasiones vi a estos jóvenes en afueras de Rovno y Konotop, muchos de los cuales murieron justo en las primeras batallas, sin poder hacer un solo disparo...” 

El protagonista del cuadro de Leonid Schemelev es un soldado muy joven, que en una de las batallas se confundió, posiblemente se asustó mucho. Y ahora está esperando de los tres miembros del tribunal de campo un veredicto. Sin embargo, estos jóvenes chicos, al sentirse confundido en algún momento, superaban su confusión, su debilidad de espíritu, así como su temor natural, y seguían con vida, convirtiéndose en verdaderos combatientes, merecían la confianza de sus compañeros y comandantes y la confianza de su patria. 

En otras palabras, el tema de mi obra es la confusión humana y la posibilidad de superarla. Para ser franco, es un tema difícil para la pintura. Es cierto, también hubo esta verdad de “trinchera” de la guerra, que en el arte de caballete soviético de aquellos años, en general, no obtuvo su desarrollo.

Leonid Schemelev es uno de los primeros artistas que bajó a la tierra desde las alturas del pseudopatriotismo y aconsejó a todo el mundo que mirara, qué difícil era la realidad detrás de las “escenas de guerra”, y por cuántos sufrimientos tuvo que pasar nuestro pueblo, acercando la primavera victoriosa de 1945. Era verdad que nadie podría denegar. 

L. Shchemelev. "Final de la guerra"

...El septiembre de 1943. Las unidades militares del Frente Central llegaron a la ciudad de Chernígov. Se desarrolló la batalla muy cruel por esta ciudad y en resultado dos tercios de las viviendas municipales, junto con unas cincuenta empresas y algunos monumentos culturales únicos, fueron borrados de la faz de la tierra. El 21 de septiembre de 1943, los soldados soviéticos al liberar la ciudad y al cruzar el río, Desná, pasaron hacia el río, Dnieper. Luego cruzaron el río, Dnieper, se apoderaron de un área ubicada en la orilla derecha del río, Pripyat. Se trata de la operación militar conocida en la historia como la de Chernígov-Pripyat. 

Pasaron más de 70 años desde aquel momento. ¡Es toda una vida! Pero Leonid Schemelev recuerda todo: cómo disparaban a nuestros soldados los cañones autopropulsados del enemigo, como los alemanes construían barricadas en las intersecciones de las calles en la ciudad de Chernígov, tratando de esconderlos. Además de eso, Leonid recuerda cómo sus compañeros realizaban ataques sin pensar en el heroísmo y las hazañas: de hecho, no pensaban en obtener la orden, sino liberar su patria. Ellos lo hacían, porque no les quedaba la otra. Luchaban por su tierra natal. También la memoria del artista guarda algo más: el calor, con el cual recibían a los soldados liberadores los vecinos de los pueblos y las ciudades ucranianas, ofreciendo todo lo que tenían: pan, leche, crema y tocino. 

Leonid Schemelev cuenta: “Claro que el Alto Mando imaginaba la guerra de otro modo, de distinta envergadura. A esta altura, conocemos, dónde estaban frentes, ejércitos, cuerpos y divisiones. Entonces yo fui el comandante de la sección ametralladora y “mi guerra” sucedía en una pequeña parcela de tierra. No conocía qué sucedía más allá de este lugar. Pero yo sabía algo más: en este pedacito de la tierra estaba mi país, mi idioma, mi espíritu y mis compañeros...” 

Durante exposición personal de L. Shchemelev en el Museo Nacional de Artes

Antes de cruzar el río, Pripyat (que se encontraba en la dirección al pueblo belaruso, Kalínkpvichi) en el regimiento de fusileros se quedaba más de un centenar de bayonetas activas, pero los soldados, literalmente mordían el suelo para avanzar hacia adelante. Cuando nos acercamos a una orilla del río, Pripyat, reinaba un silencio total. Pero no sabíamos que pasaba en otra orilla. Entonces el comandante de la compañía, teniente mayor, Gladkiy, ordenó a los cuatro soldados, incluyendo a Leonid Schemelev, a investigar el relieve de líneas de agua, por las cuales las tropas podrían cruzar el río, Pripyat. Cruzaron. Subieron a la orilla y comenzaron a mirar a su alrededor. En la lejanía se encontraba un bosque muy denso. Por todos lados, estaban las zanjas llenas de agua sucia. Además de eso, vieron el cañón autopropulsado alemán de 88 mm, “Ferdinand”, destruido casi por completo. No pasaba nada extraordinario y los soldados dieron la señal a los suyos. Así que el río, Pripyat, fue cruzado sin problemas. Así sucedió el primer encuentro de Leonid Schemelev con su tierra natal, Belarús, una vez al abandonarla en julio de 1941... 

Entonces se produjo el caso increíble y casi místico (en realidad, el artista tuvo enorme cantidad de estos casos místicos en su larga vida). Un día, sus cuatro compañeros de combate -eran personas de diferentes nacionalidades- soñaron el mismo sueño, en el cual a ellos vino una chica muy hermosa. Pero cada uno de ellos la describió a su manera. Leonid vio a una muchacha con una larga guadaña de oro y vestida de blanco. Otros compañeros vieron a la chica vestida de otro modo. Cuando se despertaron, contaron interrumpiendo uno al otro, que habían visto un sueño muy raro. 

Al mirar a su alrededor, en la orilla vieron a una jovencita, Pero era una imagen engañosa. En realidad, eso era abedul muy fino, que se movía con el viento... 

Esa era la imagen de Belarús que vio Leonid Schemelev, al regresar a su tierra natal después de dos años de ausencia. Por allí cerca estaba el bosque, el terreno pantanoso y no se veían los alemanes. Pero se oían sus voces, estaban en algún lugar cercano, y nuestros soldados no sabían cómo comportarse en la situación así. Ellos tampoco conocían las tácticas de comportamiento en el bosque y tenían que seguir adelante... 

Leonid Schemelev cuenta: “A las cuatro de la mañana el 6 de octubre comenzó nuestra ofensiva, pero fracasó: los alemanes se defendían obstinadamente y desesperadamente. Sin embargo, uno de nosotros, aquel muchacho de Dmítriev-Lgovskiy, logró dañar un vehículo blindado alemán. Los ataques continuaron durante todo el día. Hubo importantes pérdidas. Fue matado el comandante de nuestra compañía, Gladkiy, una persona alegre y bondadosa. Para nosotros, él era no sólo el comandante, sino también un gran amigo y padre, vestido en una camisa grasienta, enérgico, grande, él de verdad nos inspiraba a luchar por la libertad de nuestra patria. Murió en un bosque pantanoso, en mis ojos, dándonos fuerzas para seguir luchando. Hace falta señalar que las personas de este tipo nos llevaban hacia la victoria... 

L. Shchemelev. “Dovator”

Nuestra vida en el frente era muy difícil. Siempre teníamos una terrible fatiga y siempre teníamos mucha hambre. Esperábamos la noche, cuando cesaban contraataques de los alemanes. En algún momento, obtuvimos una orden de volver a atacar. Cerca del pueblo de Kalínkovichi, en el bosque, ahogando en un pantano, nuestro pelotón tuvo la última batalla en este día con los alemanes nazis. Recuerdo como hoy, cómo se nos acercaban los soldados alemanes, grandes, fuertes, bien equipados, con metralletas en ristre, con mangas arremangadas hasta el codo y cascos colgados en el cinturón. Uno de ellos, de mediana edad, alto, de pelo rubio (¡durante todo este tiempo sigo teniendo presente en mi mente su imagen!), logró dispararme. Al principio, no me sentí nada, sólo un golpe, como si fuera metido con un palo en mi antebrazo izquierdo. Luego vi cómo comenzó a salir la sangre, entonces pensé que la bala había atravesado mi antebrazo y salió para fuera. Automáticamente saqué el paquete y vendí de alguna manera mi brazo y traté de moverme. En la unidad médica de campo me ayudaron los médicos auxiliares. Resultó que estaban lesionados el hueso y nervio. De inmediato, sin demora, a mí dieron un papel con la descripción de la historia de la herida y me enviaron al hospital de campo, que se encontraba en la retaguardia. El capitán del servicio médico examinó mi herida e inmediatamente ordenó a su personal a llevarme al hospital de campaña ubicado en afueras de la ciudad de Kursk. Allí, me hicieron diagnóstico: una herida de bala del antebrazo izquierdo con una fractura del cúbito. Tomaron la decisión de internarme como una persona de lesión grave”.
 
Leonid fue enviado en la retaguardia, lejos de las batallas. Los vagones estaban llenos de heridos soldados y oficiales subalternos de diferentes frentes, pero las condiciones eran satisfactorias: buena comida, ropa y sábanas limpias, trato increíblemente cálido y respetuoso a todos los heridos por parte del personal médico. Acerca de “las mujeres de la guerra” -doctoras y enfermeras, que, de hecho, no sólo atendían a los heridos, independientemente de su rango, sino daban esperanza de que se curarían y llegarían a Berlín- Leonid puede hablar durante horas, nombrándolas “un fenómeno único de la raza humana”. 

El 6 de noviembre llegamos a la estación de ferrocarril de Moscú. Justamente este día “Sovinformburo” informó sobre la captura de la ciudad de Kíev por las tropas del Primer Frente Ucraniano. La alegría de la gente era indescriptible. Con motivo de este acontecimiento incluso sirvieron una copita a los heridos. 

Luego fue la ciudad de Gorki. Durante mucho tiempo los soldados permanecieron en la estación. Al final, por la noche, el tren partió en dirección al norte. Pasaron por una pequeña estación ferroviaria, Bor. ¿Y ahora qué? Leonid lo preguntó a la enfermera. Al oír la respuesta, se enloqueció. Resultó, al hospital de la ciudad de... Seménov. 

Llegaron por la noche a Seménov. Sin esperar el amanecer, Leonid junto con su amigo, el subteniente, al poner por encima de la ropa interior alguna prenda, al bajar del tren, se fueron para ver la casa, donde se suponía, debían vivir sus familiares. Allí a Leonid le contaron que su madre, Agafia Venedíktovna, estaba viva y bien, pero que ya vivía en otro departamento. El adolescente, Vania, el hijo de la nueva dueña del departamento, a pesar de la hora tardía, voluntariamente se ofreció a acompañarles a donde era necesario. Vinieron. Vania tocó la puerta. Abrió la madre de Leonid. Al ver a su hijo con el brazo enyesado, Agafia Venedíktovna se puso muy nerviosa, pero Leonid la tranquilizó y dijo que todo estaba bien, lo más importante que era vivo. 

Así fue el encuentro con la madre, que vivía aquí con su nieto, Bilik. Galina en este momento estaba en Saransk, trabajando de la maestra en una escuela local. Un poco antes ella se divorció de su primer marido y se casó con un militar, capitán Kuzmin, que conoció en Seménov. 

Al amanecer, los muchachos ya estaban de vuelta y dentro de una hora, después de haber recibido mantas, ya estaban en la sala de oficiales del hospital evacuado. Por la tarde, vino a visitarlo la madre de Leonid muy preocupada, así como sus antiguos compañeros de la fábrica de hierro, que supieron que él estaba por allí cerca y herido. Le trajeron golosinas, un enorme ramo de flores y una botella de vodka dentro de este ramo. Además de eso, le contaron muchas noticias. 

Leonid Schemelev cuenta: “En el hospital, me cuidaba una enfermera que se llamaba Katya, oriunda del pueblo cercano de Dyatkovo. Una vez estábamos hablando con ella, y yo mencioné que en Ucrania durante el encuentro de nuestro regimiento con un local destacamento guerrillero conocí a un chico nacido en el municipio de Seménov. Al conocer que yo también era de Seménov, él se puso muy alegre. Él me contó que él era oficial de carrera y en el inicio de la guerra fue detenido, se escapó, y después de muchas desventuras se encontró en el destacamento guerrillero de Sidor Kovpak. 

Al oírlo, Katya, de repente, sin decir ninguna palabra, se escapó. Después de algún tiempo me llamó el jefe del hospital, el mayor, y dijo: “Escucha, sargento, en la sala de espera, por ti está preguntando un anciano muy raro. Quiere aclarar algo...” Salgo. Veo a un viejecito parecido algo al antiguo comerciante: barba larga, ojos penetrantes, buen abrigo y gorro de piel. Luego me enteré de que él era de los viejos creyentes. 

“¿Su apellido es Schemelev?” me preguntó. Su rostro no expresaba ninguna emoción. Le di una respuesta afirmativa. “Me contaron que tú habías visto en el frente a mi hijo”. “He visto a mucha gente...”, dije. Y entonces él sacó del abrigo las fotografías y las puso delante de mí: “Muéstrame a quién conoces...” Entre las docenas de imágenes de antes de la guerra reconocí la imagen de un joven de diecisiete o dieciocho años: era este amigo mío, a quien conocí en Ucrania, sólo más joven. Dije: “Éste, sólo que ahora es un poco diferente y tiene una cicatriz...” 

El anciano de inmediato se dirigió al jefe del hospital, pidiendo que me dejaran de visitar el pueblo de Dyatkovo y permanecer allí varias horas. La ocasión no fuera nada común. Me dejaron ir. Me acomodé bien en el trineo. La casa grande ya estaba llena de gente. En la mesa estaba todo tipo de platos y bebidas. El anciano en seguida contó a todos que él invitó a una persona querida que vio a su hijo. Me senté a la mesa. Mientras estábamos comiendo y tomando, vino la cartelera y con alegría gritó que tenía la carta del hijo del dueño de la casa. ¡Qué coincidencias bárbaras suceden a veces en nuestra vida, que es muy difícil explicar! El hijo escribía que estaba vivo y sano y luchaba contra el enemigo, y que pronto lo trasladaron a la ciudad de Khárkov, a la sede del movimiento guerrillero. En la final de la carta él escribió que en afueras del pueblo de Vorozhbá --que se encontraba en la provincia de Sumy-- conoció a un paisano que vivió en Seménov y así sucesivamente. Claro que la carta impresionó mucho a todos los reunidos, y me ellos comenzaron a tratarme muy bien, ofreciendo comida muy rica, que incluso pensé que no pudiera llegar a tiempo al hospital y sería todo un escándalo. Pero la gente era muy comprensible: me llevaron a tiempo al hospital. Y entonces, casi todo el mes de diciembre de 1943, el anciano y su familia vinieron a visitarme, trayendo golosinas…” 

A Leonid Schemelev le dieron de alta antes del año nuevo 1944. Pero un poco antes tuvo lugar un encuentro muy interesante, que jugó un papel importante en su vida posterior. 

Leonid Schemelev cuenta: “En el hospital, conocí a un soldado de caballería que había dado de alta y se vestía de uniforme completo de caballería: abrigo, botas, espuelas, en una palabra, todo era como debía ser. Comenzamos a conversar. Cuando empezamos a hablar sobre mi futuro destino, le dije que una vez recuperado, me gustaría formar parte de una unidad de caballería, ya que desde la infancia adoraba a los caballos. Él sin dudar apoyó mi deseo y con las palabras: “¡Escribe rápido la solicitud!”, dio la dirección del Mando Supremo. Al día siguiente, creyendo poco en un resultado positivo, yo envié esta carta a Moscú, pidiendo el permiso de continuar, una vez recuperado, el servicio militar en la caballería: 

Para mi sorpresa, la respuesta no tardó en llegar y, lo más importante, que fuera positiva: “Una vez recuperado, “enviar al sargento, Leonid Schemelev, a la segunda Brigada de Caballería”. El lugar de destino es la ciudad de Kovrov. Por supuesto, antes de partir, en la ciudad de Gorki me hicieron chequeo médico. No fue fácil, pero otra vez tuve suerte. 

Así, al obtener el orden, me ingresé en la escuela de caballería, que se encontraba cerca del río, Klyazma. Después de un tiempo yo fui nombrado comandante de la sección. Claro que tenía mi propio caballo. Se llamaba Bambú: un animal muy hermoso de tres años, También era muy inteligente”. 

Hasta el agosto de 1944, la pequeña ciudad de Kovrov fue parte de la provincia de Ivánovo y antes de la guerra contaba con una población de 70 mil personas y no se destacaba para de las ciudades de este tipo. Pero durante la guerra, se convirtió en el centro de producción de armas pequeñas -fusiles y ametralladoras- en la antigua Unión Soviética. 

Leonid Schemelev cuenta: “Un día, cuando estaba de guardia en el escuadrón de ametralladora y mortero (escuadrón estaba formado de tres secciones) llegó el comandante de la caballería del Ejército Rojo, mariscal, Semyon Budyonny, junto con el comandante del Distrito Militar de Moscú, coronel general, Pável Artemyevitch Artémiev, acompañado de su comitiva para inspeccionar el estado de cosas en nuestra brigada de caballería y otras fuerzas móviles. En un hermoso abrigo de invierno, un gorro de piel, un uniforme de mariscal, él se me acercó y escuchó mi informe, luego me estrechó la mano y dijo: “Bueno, sargento, demuestra lo que tienes...” Después del “recorrido”, me agradecieron mucho mis superiores...” 

A principios de 1945, la segunda Brigada de Caballería fue trasladada a Ucrania, a las afueras de la ciudad de Rovno. Aquí, la misma bajo la supervisión personal del coronel general, Oka Ivánovich Gorodovikov -entonces el comandante adjunto de la caballería del Ejército Rojo- fue transformada al así llamado grupo especial de “cuarenta y cinco”, bajo el mando del mayor, Solodóvnikov. El sargento, Leonid Schemelev, también formó su parte. El grupo fue creado para anticipar el sabotaje enemigo, incluso para destruir a alemanes y miembros del grupo de Bandera que después de la liberación de Ucrania de los alemanes nazis, comenzaron a lucha activamente contra el poder soviético. 

Pero sucedió que antes de la retirada del grupo (en la dirección de Hungría) Leonid Schemelev de repente se enfermó con la... malaria tropical. En este caso, una persona inmediatamente se pone muy mal, no puede recordar nada, la temperatura sube hasta los cuarenta grados. Los médicos no pudieron determinar, dónde él pescó esta infección rara y sólo dijeron que eran síntomas de dengue, sino no pudieron determinar la fuente de la infección. Hace falta señalar que el destino de ese grupo de “cuarenta y cinco” es desconocido. Probablemente, todos murieron... 

En abril de 1945, Leonid Schemelev llegó a Moscú, y desde allí a su unidad militar, a la antigua “base”, al hospital de Kovrov. Allí mismo, él festejó el Día de la Victoria. 38 años más tarde, él escribió una autobiográfica obra-confesión, “Primer Día de la Paz” (1983), en la que tras una penetrante forma de la pintura está presentado el tema de la memoria: su vida durante los tiempos de guerra, el heroísmo y la abnegación de sus compañeros, así como las amargas derrotas y nuevas esperanzas y la felicidad del hombre que ganó en esta guerra terrible.
 
Leonid Schemelev cuenta: “En general, tuve mucha suerte en la vida por conocer a la gente buena, especialmente durante mi servicio en la caballería. Nunca olvidaré a un hombre de gran coraje y corazón muy generoso, mi comandante, capitán, Piotr Guérmanovich Sergienko. Con todo -lo que he logrado en la vida- me debo mucho a él. Además de eso, conozco a la gente que conocía muy bien a mi compatriota, general mayor, Lev Dovator, comandante del Segundo Cuerpo de Caballería de la Guardia, que murió heroicamente el 19 de diciembre de 1941. Muchos años más tarde, traté de plasmar su imagen en mi cuadro. Aunque, cuando lo pintaba, pensaba no sólo en el general, sino también en las personas, a las que he tenido el honor de conocer en el frente durante las batallas muy duras...” 

Lo más importante en la aparición de la romántica y abnegada imagen-leyenda fue la actitud personal del autor hacia el personaje y a la época, en la que vivía y luchaba este hombre legendario. 

En el gorro de piel gris, abrigo negro y una capucha de color rojo, el legendario comandante de cuerpo, apretando la manija de los prismáticos, permanece en una postura natural. Parece nada especial. Pero tiene tanta elegancia, imagen noble, pasión de fuego, alguna fuerza interior muy especial de un hombre, al cual creían firmemente sus combatientes de caballería. Además de eso, con mucho cuidado el artista presenta los rasgos específicos de las personas, lo que es muy importante para comprender toda la atmósfera del invierno de 1941: el carro de ametralladora detrás del general, el pozo congelado con un cubo, casitas con figuras de vecinos. 

Cabe destacar que la rítmica del cuadro es que observando el lienzo, nosotros como si escuchemos la voz de la Gran Guerra Patria, la voz de una canción épica sobre los combatientes gloriosos, participantes de las batallas más fuertes por la liberación de Moscú, cuando los soldados de Lev Dovator luchaban abnegadamente y entraban en la inmortalidad... 

Así es como la guerra pasada afectó el corazón y alma del artista popular de Belarús, Leonid Schemelev. Ella, sin duda, exacerbó los sentimientos del futuro artista, pero no lo dejó indiferente a todo lo que debería preocupar a una persona sensible.

Víktor Mikháilov
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