Por lo general, los momentos de vivir algo juntos unen mucho a las personas
28.06.2016 10:05:27
Por lo general, los momentos de vivir algo juntos unen mucho a las personas. No importante, si hablamos de los lugares los que hemos visitado y hemos visto allí algo interesante, o de repente, comunicándonos, nos damos cuenta de que hemos estudiado en la misma universidad o tenemos mismos amigos o conocidos... Y cuando comenzamos a hablar del mismo país de origen en seguida nos sentimos gente muy cercana. Así pasó con nosotros en los días de nuestro viaje a la ciudad rusa de Bélgorod, al conocer y al empezar a hablar con los belarusos que viven por allí.
Nikolai Gráshchenko, el trabajador emérito de la cultura de la Federación
de Rusia y el director artístico del Centro de arte popular
Nos gustaría contar de una de estas personas, el oriundo de la provincia belarusa de Moguiliov, el municipio de Kríchev, Nikolai Gráshchenko, el trabajador emérito de la cultura de la Federación de Rusia y el director artístico del Centro de arte popular. Además de eso, es el director artístico de las celebraciones del Día de la Victoria en Prokhorovka. Hace falta señalar que cada año el señor Nikolai escribe programas para este tipo de festejos. Claro que le agrada mucho que las autoridades municipales se lo piden hacerlo. Pues, dice él, es un evento cultural que comprende varias actividades: colocación de ofrendas florales, sesión solemne, conciertos, espectáculos... Es necesario tomar en cuenta todos los detalles más pequeños y con dignidad recibir a las delegaciones de diferentes países, incluyendo a los belarusos. Así como a los veteranos de la Segunda Guerra Mundial y prominentes artistas.
También el señor Nikolai fue uno de los organizadores de la celebración del aniversario número 70 de la Gran Victoria, cuando volaron brillantes tripulaciones de “Caballeros de Rusia”. Por ejemplo, en 2014 los espectadores se quedaron sorprendidos por el concierto de bandas de música de viento, al cual asistieron 500 músicos. Las celebraciones en Prókhorovka de este año también fue todo un éxito, según nos comunicaron en el Centro de arte popular.
Cada año en agosto, Nikolai Gráshchenko monta su coche y se dirige a su tierra natal. Pero ya no al pueblo de Darlivoye, donde vivía su familia, sino al pueblo de Chérikov, a sólo 600 kilómetros de la ciudad de Bélgorod. Por allí vive su hermana, Zinaida, ex maestra y ahora pensionada. Nikolai Gráshchenko asegura que en su tierra natal está descansando de alma. Su hermana tiene una casa de campo cerca del bosque, donde se puede recoger setas y bayas. Además de eso, en esta zona corre el río Sozh, al que desemboca un pequeño riachuelo, Udushka...
Hace falta señalar que el señor Nikolai es un narrador maravilloso, y nosotros, como se dice, sin más preámbulos, decidimos darle la palabra.
Mis padres, Arkady N. y Vera Pl., eran del mismo municipio de Kríchev que se encuentra en la frontera con el pueblo ruso de Roslavl. Mis antepasados vivían en el cruce de Belarús y Rusia. Mi madre era del pueblo de Lábkovichi y mi padre del pueblo vecino de Tikhil, que era el territorio ruso.
Cuando comenzó la guerra, mi padre fue movilizado. Tenía sólo 19 años. Fue capturado y luego llevado a Alemania, en el campo de concentración. Desde allí fue llevado como el trabajador a un hogar, donde los dueños lo trataban muy bien. Mi padre no era muy hablador y nunca contaba de la guerra, era un tabú. A su vez, mi madre era habladora. A nosotros –cinco hijos– nos pedía sentarse juntos y comenzaba como si fuera una radio contar como a sus 18 años había vivido en la ocupación y había visto ataques y retiradas de la tropas, que tenía mucho miedo, cuando a nuestros soldados y oficiales capturados los alemanes se los llevaban durante dos días sin parar. Y como ella esperaba la victoria, y como al padre después de que había estado en Alemania no fue encarcelado. ¡Pero podría serlo! Pero, probablemente, fuera así su destino y su gran suerte. De nuestra madre nosotros supimos por qué nuestro padre manejaba tan bien nuestra casa. Resultó que eso él había aprendido en Alemania de sus dueños: sabía cuidar muy bien a los animales domésticos, limpiar el establo y prepararles comida... Cuando mataba a un cerdo, sabía aprovechar todas partes. Todo él hacía con mucha habilidad: carnes y embutidos, diferentes rellenos... Es normal, cuando uno aprende algo útil de otras personas.
Además de eso, mi padre tocaba el acordeón blanco, que trajo de Alemania. Probablemente, este acordeón se lo hubiera acercado con mi madre en 1945. A su vez, mi madre era una mujer alegre, cantaba y bailaba muy bien. Además de eso, tocaba el tambor. Pero con el paso de los años, el padre con menos frecuencia tocaba el acordeón: se cansaba mucho. Pues el trabajo de mecánico en una granja agrícola no era muy fácil. A propósito, mi padre comenzó a manejar el primer tractor, tan pronto como apareció en la granja agrícola, “Kommunar”. Por su naturaleza mi padre era un hombre muy tranquilo, razonable, contenido, nunca se explotaba. Y por eso lo respetaban mucho en el pueblo y le decían con mucho cariño Nikoláich.
Yo, el primogénito, como mi madre contaba, nací casi en un trineo, en la helada de enero. Por la noche ella tenía contracciones, pero para a Kríchev se necesitaba recorrer unos 20 kilómetros. ¿Qué hacer? Mi padre tomó la decisión de ir en los caballos, cubrió a mi madre con muchos abrigos de piel de oveja y la llevó. Pero yo tal vez no quería esperar mucho. Mis padres se vieron obligados a parar cerca de un pequeño pueblo, junto a la primera cabaña... La madre parió en casa de una viejecita que se llamaba Kronya.
Más tarde, al lado de su casa mis padres compraron su primera vivienda muy pequeña. Mis recuerdos más vívidos están relacionados con aquel pueblito. Recuerdo cuando yo tenía seis años. A partir de la edad temprana yo era muy curioso y una vez me fui a ver el bosque que estaba junto al pueblo. Por supuesto, me perdí y me asusté mucho... Mis gritos se los escuchó el trabajador ferroviario, el tío Artiom, y me trajo a casa. Yo tenía que caminar cuatro kilómetros para llegar a la escuela que se encontraba en el pueblo de Komarovka. Acuerdo mucho de la nieve, la lluvia, el viento y malos caminos, y también como yo y mis compañeros, siendo chicos, jugábamos descalzos el fútbol, como corríamos para ayudar a nuestras madres con las tareas domésticas, si nos llamaban. Y nunca decíamos que no queríamos hacerlo. En seguida nos corríamos a nuestros hogares: allí nos esperaba no sólo el trabajo, sino también el pan horneado por las madres con una corteza crujiente. Nunca olvidaré el aroma del pan que hacía mi querida madre...
Tengo buen oído desde la infancia. Solía repetir bien melodías y canciones. Y, por supuesto, quería aprender a tocar algún instrumento musical. Así en mi vida entró la armónica. Me la regaló mi tío, Pasha, marido de la hermana de mi padre. Él la tocaba muy bien y no podía no notar mi talento. Pero aquella armónica no “me obedeció” de inmediato: antes de empezar a tocarla, tenía que aprender su estructura, sus botones estaban puestos no de modo vertical, como en un instrumento común. Aunque yo tenía siete años, descubrí su secreto y empecé a tocar melodías conocidas.
Recuerdo muy bien como tocaba en las fiestas que se celebraban en algún hogar. Y como los jóvenes pedían a mis padres que me dejaran asistirlas. Y como alguien me ponía en sus hombros y me llevaba al “club”.
Nunca voy a olvidar, como trabajaba en la granja agrícola en el verano como un pastor junto con mi hermano, Volodia, y como ingresaba en la escuela de la música en Kríchev para aprender a tocar el acordeón. Si no hubiera sido el vicedirector de la escuela, Mikhail Levit, probablemente no me convertiría nunca en un músico profesional. Gracias a él, mostré todo mi empeño y aprendí a tocar bien el acordeón. Después de las palabras suyas, al estudiar seis meses en la escuela de la música, que no iba a salir nada, comencé a practicar por diez horas al día: antes y después de clases. Y para el final del año académico gané el segundo puesto en el concurso provincial de acordeonistas. Ahora entiendo cómo agradó mi éxito también a mi maestro. Pero esta escuela no la había terminado: tomé la enfermedad de mi maestro más favorito como una tragedia personal. Además de eso, ya me gradué de la escuela secundaria ya debía seguir adelante.
Me fui a Moguiliov e ingresé en la facultad de directores de orquesta y coro del colegio de la música. Al hacer un año, me llamaron al ejército. Era el año 1968. El tiempo de servicio en las filas me lo recuerdo tan bien, como si fuera ayer. Y mi tanque, T-62, así como el tiempo de formación de soldado en Borísov, y como los cuatro meses nuestro batallón de combate lo pasó moviéndose hacia Eslovaquia a través de toda Ucrania, desde mayo hasta agosto. Y como tocaba para eslovacos las canciones, “Noches de Moscú” y “Katyusha”. Cuando recuerdo esos días, no puedo evitar una sonrisa en mi rostro: mi acordeón de serie, “Rostov-on-Don”, era parte de la munición y viajaba conmigo en el tanque.
Galina y Vitaly Slobodchuki
Me gradué con honores del colegio de la música de Moguiliov, trabajé un poco en la escuela técnica de la granja del estado, pero tenía deseo de seguir estudiando más. Entendí muy rápidamente que no podía vivir a cuenta de mis padres, por lo tanto, me presenté los documentos en el Instituto de la Cultura en Leningrado (ahora San Petersburgo — Aut,), en la facultad de estudios a distancia. Pero en la comisión de admisión me preguntaron: ¿Por qué no quería estudiar a tiempo completo? Resultó que, aunque el concurso fue decente –seis personas para un solo puesto– yo tenía ventajas para la admisión a la universidad: era graduado con honores del colegio de la música y ya había pasado por el servicio en las filas. Además de eso, yo era candidato a los miembros del Partido Comunista de la antigua Unión Soviética. Dudé poco tiempo y escribí una solicitud para la admisión a la facultad de estudios diurnos para aprender la profesión de director de orquesta y coro. Esto sucedió en la oficina del catedrático, Iván Poltávtsev, jefe del departamento de dirección coral, quien me impresionó mucho diciendo que yo era un digno candidato para la admisión a la facultad. También la gente hermosa, inteligente y con talento –que vi en el instituto– me encantó mucho. A su vez, la ciudad de Leningrado con su Palacio de Invierno, el hermoso río Nevá, el Malecón del Palacio, la Fortaleza de Pedro y Pablo, la Fontanka y otras sus lugares emblemáticos, me atrajo más que todos los argumentos. Vivir y estudiar aquí durante cinco años, pensé yo, no tenía nada que ver con venir dos veces al año para rendir pruebas.
Tuve mucha suerte. Pude conseguir el trabajo de conserje en el instituto. Y durante dos años barrí el Malecón del Palacio, donde sigue permaneciendo nuestra universidad hasta hoy día. Me ofrecieron un alojamiento en el sótano del instituto, que tenía su pequeño fondo de viviendas.
Tenía que levantarme a las tres de la madrugada y tomar mi escoba... Por supuesto, luego quería dormir en las clases, pero yo trataba ir a la cama temprano, si no había actividades culturales o conciertos. Con el tiempo, me acostumbré a este ritmo.
En el instituto me enamoré de mi futura esposa, Alla. Nos casamos siendo estudiantes del penúltimo año. En el día de matrimonio, el dos de noviembre del año 1975, la ciudad de Leningrado ya era cubierta de nieve. Y recuerdo muy bien como los zapatos blancos de Alla se llenaron del agua de la nieve derramada...
Una vez graduados, elegimos el colegio de la cultura de Bélgorod, dónde entonces fue creado el departamento del coro popular. A propósito, mi mujer es la trabajadora emérita de la formación profesional media de la Federación de Rusia, y sigue trabajando aquí. Nosotros, dos jóvenes graduados del Instituto de la Cultura de Leningrado, hicimos la primera elección de estudiantes para esta facultad. Recuerdo qué orgulloso y felicidad sentíamos nosotros trabajando juntos, aunque no ganábamos mucho. Al principio rentábamos una casita, luego nos dieron un cuarto en el albergue, justo cuando comencé a dirigir el conjunto musical de aficionados en la escuela profesional número seis. Allí también encabecé la organización del Komsomol.
También trabajé en уl comité provincial del Komsomol y en el comité provincial del Partido Comunista, así como del director del Palacio de la Cultura, “Jubileyni”. A su vez, en Bélgorod dirigí durante 23 años la escuela de la música. A esta altura, volví a dirigir el Palacio de la Cultural, “Jubileyni”, donde opera nuestro Centro arte popular.
Con mi esposa, Alla, ya hemos celebrado el aniversario número 40 de vivir juntos. Tenemos dos hijos adultos: la hija, Liudmila, y el hijo, Ilya. Ellos también son músicos. Además de eso, Liudmila es folclorista según su formación y es candidata a doctora en ciencias. Ilya es flautista, artista de orquesta e ingeniero de sonido de la Filarmónica de Bélgorod. Estoy orgulloso de que él es también tutor del órgano. Ha tenido pasantía en Alemania y ahora configura y toca este instrumento musical muy único. Cabe destacar que el órgano fue hecho por los alemanes, mientras se construía un nuevo edificio de la Filarmónica. Hace un par de años ellos vinieron y fueron gratamente sorprendidos por lo que el órgano permanecía en buen estado.
Vitaliy Slobodchúk: “Hay también dos belarusas entre mís artistas”
Durante la vida en varias ocasiones me crucé con los belarusos. Mientras dirigía el colegio de la música, allí trabajaban varios belarusos. Y ahora, en el Centro de arte popular trabajan dos mujeres belarusas. Son muy buenas profesionales. Pero mi mejor amigo es el director del Teatro Nacional Académico de Drama Shchepkin de Bélgorod, Vitaly Slobodchuk, o mejor dicho, llevamos muy bien entre las familias ya como 30 años. Su esposa, Galina, es también belarusa. Su padre, general, era oriundo de Baránovichi. Mikhail Vikéntievich Khoryok. Participó en la Segunda Guerra Mundial y en 1945 regresó del frente. La madre de Galina falleció en 1941 y el padre se casó por segunda vez, y en 1947 a ella y su hermano, George, llevó a Baránavichi. Es decir, reunió la familia. Claro que es una historia diferente.
El hombre falleció temprano, a los 56 años de edad. A su vez, su abuelo, contaba Galina, trabajaba en el ferrocarril en Baránovichi e incluso fue galardonado con el Orden de Lenin...
Nosotros nos reunimos cada año, después de las celebraciones en Prókhorovka dedicadas al Día de la Victoria. Y, por supuesto, recordamos a todos nuestros seres queridos que ya no están con nosotros. Entre ellos, a mis padres. A propósito, el amor hacia la música también unió a los Slobodchuki, al igual como a mí y mi esposa, Alla. Galina tocaba el piano, Vitaly el violín. Lo que es interesante, creo que él también es belaruso. Su padre era de Smolensk, pero antes este territorio fue belaruso...
Es cierto, el Día de la Victoria es una fiesta sagrada. A su vez, para los Slobodchuki es una doble celebración. Pues Vitaly es nacido dos veces, como se suele decir. Con él, tan pronto como nació, pasó la siguiente historia. Imagínese: tenían lugar combates más graves, bombardeos y su madre embarazada con sus hijos y otras personas se escondió en un sótano... La mujer estaba a punto de dar a luz a Vitaly, el séptimo en la familia. Por alguna razón salió del sótano y en seguida fue herida en el brazo. Regresó al sótano y parió justo allí, entre las bolsas con patatas. Y luego, cuando los alemanes se retiraron, para que a las hermanas de Vitaly no se las llevaran a Alemania, la madre con sus hijos se dirigió a Bélgorod. La llevaban en un carrito, y la hermana mayor llevaba a Vitaly recién nacido. Entonces tenía sólo 16 años. Los soldados la preguntaban, si era hijo de un alemán. ¡Cómo sentía la chica! En el camino pasaron por un puente a través de un pequeño riachuelo. Y la muchacha se escondió entre las cañas, dejó en la tierra al bebé y corrió. Corriendo pensaba, qué diría a su madre, cuando llegaría el momento de dar de comer al pequeño. Fue la guerra y la jovencita podría decir que el bebé falleció... Pero decidió regresar y tomarlo, luego durante toda su vida la hermana decía que Vitaly nació dos veces, una vez lo parió su madre y la segunda vez ella. Vitaly nación el 14 de agosto de 1943, y la ciudad de Bélgorod fue liberada el día cinco.
Vitaly no podía contener las lágrimas contando esta historia dramática y triste. Y nosotros, también comenzamos a llorar junto con Alla y Galina. Pero, en realidad él es hombre alegre, ama la vida y tiene buen genio.
Me siento muy orgulloso de tenerlo como amigo, así como de nuestra amistad. Una vez, él dijo, que nosotros ni siquiera pudiéramos pelear. Era verdad. Imagínese, siendo vecino del barrio de bandidos de Bélgorod, Peskí, donde podrían golpear por lo que uno iba con un violín en las manos, Vitaly se convirtió en una persona muy decente. Como el mismo dice: violín me hizo. Sus padres eran gente sencilla. En el segundo año de estudiar en colegio de la música él comenzó a tocar en las orquestas: en las bodas, los funerales... ayudando a su madre...
Vitaly tuvo muchos momentos interesantes en la vida con Galina. Uno de ellos es que cuando Galina se lo dejó de ir a estudiar en los mejores cursos de teatro en Moscú. ¡En la forma diurna! Familia, niños, Vitaly ya tenía 42 años. Claro que había algunas dificultades, pero todo el mundo las tenía...
Vitaly Slobodchuk es muy buen hombre y sabe manejar el teatro. Es muy buen director, está en su lugar, sin ninguna duda. En su teatro ponen en escena sus actuaciones los mejores directores rusos. La obra belarusa, “Soldados”, de Alexei Dúdarev también fue puesta y tuvo mucho éxito taquillero.
El teatro con Vitaly Slobodchuk se hizo más exitoso. Las entradas se agotan rápidamente. Además de eso, en el teatro se celebra el festival, “Actores de Rusia a Mikhail Shchepkin”. Como dice el mismo señor Vitaly, el festival tiene mucha importancia no sólo para Bélgorod, sino también para toda Rusia. Por su contribución al arte teatral en julio de 2007 Slobodchuk fue galardonado con el título del “Ciudadano de honor de la ciudad de Bélgorod”. ¡Así es mi mejor amigo! A propósito, Vitaly trajo en dos ocasiones al festival, “Torre Blanca”, celebrado en la ciudad belarusa de Brest, los espectáculos que ganaron premios.
Podría contar muchas cosas sobre los Slobodchuki, sus hijos y nietos. ¡Es buena gente!
Prokhorovka, 2015
Nikolai Gráshchenko también contó sobre sus relaciones con los colegas en el campo de la cultura, en particular, sobre el festival internacional de folclore, “Otoño de Hotmyzhsk”, que tiene lugar cada dos años en la provincia de Bélgorod, municipio de Borísov, pueblo de Hotmyzhsk. Precisamente el pasado otoño allí, como nos dijo una de las colaboradoras del Centro de arte popular, Anna Kaláshnikova, a propósito, también nuestra paisana –nació en Begoml– de Belarús vinieron más de 50 grupos artísticos de la música popular, el canto y la danza, así como 159 maestros del arte decorativo y aplicado y los artistas aficionados. Fueron procedentes de las provincias de Vítebsk, Moguiliov, Minsk, Gómel y otras. Rusia estuvo representada por las provincias de Bélgorod, Voronezh, Lipetsk, Kursk, Rostov, Tambov y Rostov-on-Don, Vladimir y de Moscú.
A propósito, cuando el festival fue inaugurado el 18 de septiembre, en Sochi, en el marco del Segundo Foro de las Regiones de Belarús y Rusia, fue celebrado el acuerdo entre el Gobierno de la provincia rusa de Bélgorod y el Gobierno de Belarús sobre la cooperación económico-comercial, científico-técnica y cultural. El acuerdo es por cinco años. Se establece que las partes deben crear las condiciones organizativas, financieras, económicas y legales necesarias para el funcionamiento de las empresas mixtas, el desarrollo y la implementación de los proyectos y programas de interés mutuo. También deben garantizar la participación de las entidades económicas en esas ferias, exposiciones, subastas y otros eventos. Además de eso, se realiza el intercambio de delegaciones y especialistas en diferentes ramas del comercio y las actividades económicas de otro tipo. Las partes también promueven la cooperación en el ámbito de la ciencia y tecnología, cultura y esfera social. Se activa también la interacción de las asociaciones nacionales y culturales, las organizaciones públicas, así como el intercambio regular de grupos creativos.
Recordamos bien nuestros sentimientos positivos causados por un viaje a la provincia rusa de Bélgorod, que coincidió con un evento importante como el Segundo Foro de las Regiones de Belarús y Rusia destinado para fortalecer nuestras relaciones y la amistad entre nuestros pueblos.
Como se sabe, la amistad entre los dos países y pueblos está reforzada por los contactos también personales entre la gente. Lo que hemos vuelto a ver una vez más, visitando en Bélgorod. Nuestros buenos amigos no sólo eran belarusos, sino también sus amigos y familiares más cercanos. Sobre el encuentro con el hermano, ex piloto, hijo de un veterano de guerra, Oleg Lugovskoy –que ha visitado en varias ocasiones Belarús, en particular, un campo de aviación militar en Machulishchi en afueras de la capital belarusa, Minsk, y su participación en la Segunda Guerra Mundial– ya hemos contado en el número №11-2015 de la revista. Merece ser también mencionada la historia de Nikolai Pyshnev, piloto emérito de Rusia y nuestro viejo amigo, que ahora vive con su familia en el pueblo de Dubovoy, ubicado en afueras de la ciudad de Bélgorod. Como Nikolai Gráshchenko se siente orgulloso de su amistad con Vitaly y Galina Slobodchuki, tanto a nosotros nos agrada mucho nuestra amistad de muchos años con Nikolai y Alla Pyshnevi. Aunque nos reunimos no tan a menudo, pero las tecnologías modernas nos permiten ver uno a otro e intercambiarnos de noticias.
Estamos orgullosos de que Nicolai de piloto instructor de la Escuela de la Aviación de DOSAAF de la ciudad de Volchansk (provincia ucraniana de Jarkiv — Aut.) pasó a ser el piloto de clase internacional y ocupó posiciones de mando, y está mejorando constantemente sus habilidades profesionales. Fue el primer comandante de la aeronave, que en su momento volaba de Yakutsk a los Estados Unidos, China y Bulgaria. Y sin accidentes voló en torno a trece mil horas. En el sitio WEB, www.yakutskhistory.net, se puede leer: Nikolai, al aprender a volar en el avión, Tu-154, obtuvo el permiso de trabajar como instructor de aviación y capacitó a 20 pilotos. Tuvo que llevar también a delegaciones gubernamentales rusas. Al regresar de Yakutsk, trabajó como vicedirector general de la empresa, “Líneas aéreas de Bélgorod”. Estuvo en Minsk en varias ocasiones por el trabajo. ¡Qué buen narrador es Nikolai Pyshnev! Sobre su fascinante vida del piloto y sus amigos, entre los cuales están también los belarusos, él podría escribir todo un libro. Pero por el momento, son solamente sus planes. Actualmente, ayuda a cuidar a su pequeño nieto y sueña que todos nosotros tengamos la paz y el cielo azul.
Nikolai Gráshchenko, el trabajador emérito de la cultura de la Federación
de Rusia y el director artístico del Centro de arte popular
Nos gustaría contar de una de estas personas, el oriundo de la provincia belarusa de Moguiliov, el municipio de Kríchev, Nikolai Gráshchenko, el trabajador emérito de la cultura de la Federación de Rusia y el director artístico del Centro de arte popular. Además de eso, es el director artístico de las celebraciones del Día de la Victoria en Prokhorovka. Hace falta señalar que cada año el señor Nikolai escribe programas para este tipo de festejos. Claro que le agrada mucho que las autoridades municipales se lo piden hacerlo. Pues, dice él, es un evento cultural que comprende varias actividades: colocación de ofrendas florales, sesión solemne, conciertos, espectáculos... Es necesario tomar en cuenta todos los detalles más pequeños y con dignidad recibir a las delegaciones de diferentes países, incluyendo a los belarusos. Así como a los veteranos de la Segunda Guerra Mundial y prominentes artistas.
También el señor Nikolai fue uno de los organizadores de la celebración del aniversario número 70 de la Gran Victoria, cuando volaron brillantes tripulaciones de “Caballeros de Rusia”. Por ejemplo, en 2014 los espectadores se quedaron sorprendidos por el concierto de bandas de música de viento, al cual asistieron 500 músicos. Las celebraciones en Prókhorovka de este año también fue todo un éxito, según nos comunicaron en el Centro de arte popular.
Cada año en agosto, Nikolai Gráshchenko monta su coche y se dirige a su tierra natal. Pero ya no al pueblo de Darlivoye, donde vivía su familia, sino al pueblo de Chérikov, a sólo 600 kilómetros de la ciudad de Bélgorod. Por allí vive su hermana, Zinaida, ex maestra y ahora pensionada. Nikolai Gráshchenko asegura que en su tierra natal está descansando de alma. Su hermana tiene una casa de campo cerca del bosque, donde se puede recoger setas y bayas. Además de eso, en esta zona corre el río Sozh, al que desemboca un pequeño riachuelo, Udushka...
Hace falta señalar que el señor Nikolai es un narrador maravilloso, y nosotros, como se dice, sin más preámbulos, decidimos darle la palabra.
Acerca de mis padres y mi nacimiento
Mis padres, Arkady N. y Vera Pl., eran del mismo municipio de Kríchev que se encuentra en la frontera con el pueblo ruso de Roslavl. Mis antepasados vivían en el cruce de Belarús y Rusia. Mi madre era del pueblo de Lábkovichi y mi padre del pueblo vecino de Tikhil, que era el territorio ruso.
Cuando comenzó la guerra, mi padre fue movilizado. Tenía sólo 19 años. Fue capturado y luego llevado a Alemania, en el campo de concentración. Desde allí fue llevado como el trabajador a un hogar, donde los dueños lo trataban muy bien. Mi padre no era muy hablador y nunca contaba de la guerra, era un tabú. A su vez, mi madre era habladora. A nosotros –cinco hijos– nos pedía sentarse juntos y comenzaba como si fuera una radio contar como a sus 18 años había vivido en la ocupación y había visto ataques y retiradas de la tropas, que tenía mucho miedo, cuando a nuestros soldados y oficiales capturados los alemanes se los llevaban durante dos días sin parar. Y como ella esperaba la victoria, y como al padre después de que había estado en Alemania no fue encarcelado. ¡Pero podría serlo! Pero, probablemente, fuera así su destino y su gran suerte. De nuestra madre nosotros supimos por qué nuestro padre manejaba tan bien nuestra casa. Resultó que eso él había aprendido en Alemania de sus dueños: sabía cuidar muy bien a los animales domésticos, limpiar el establo y prepararles comida... Cuando mataba a un cerdo, sabía aprovechar todas partes. Todo él hacía con mucha habilidad: carnes y embutidos, diferentes rellenos... Es normal, cuando uno aprende algo útil de otras personas.
Además de eso, mi padre tocaba el acordeón blanco, que trajo de Alemania. Probablemente, este acordeón se lo hubiera acercado con mi madre en 1945. A su vez, mi madre era una mujer alegre, cantaba y bailaba muy bien. Además de eso, tocaba el tambor. Pero con el paso de los años, el padre con menos frecuencia tocaba el acordeón: se cansaba mucho. Pues el trabajo de mecánico en una granja agrícola no era muy fácil. A propósito, mi padre comenzó a manejar el primer tractor, tan pronto como apareció en la granja agrícola, “Kommunar”. Por su naturaleza mi padre era un hombre muy tranquilo, razonable, contenido, nunca se explotaba. Y por eso lo respetaban mucho en el pueblo y le decían con mucho cariño Nikoláich.
Yo, el primogénito, como mi madre contaba, nací casi en un trineo, en la helada de enero. Por la noche ella tenía contracciones, pero para a Kríchev se necesitaba recorrer unos 20 kilómetros. ¿Qué hacer? Mi padre tomó la decisión de ir en los caballos, cubrió a mi madre con muchos abrigos de piel de oveja y la llevó. Pero yo tal vez no quería esperar mucho. Mis padres se vieron obligados a parar cerca de un pequeño pueblo, junto a la primera cabaña... La madre parió en casa de una viejecita que se llamaba Kronya.
Más tarde, al lado de su casa mis padres compraron su primera vivienda muy pequeña. Mis recuerdos más vívidos están relacionados con aquel pueblito. Recuerdo cuando yo tenía seis años. A partir de la edad temprana yo era muy curioso y una vez me fui a ver el bosque que estaba junto al pueblo. Por supuesto, me perdí y me asusté mucho... Mis gritos se los escuchó el trabajador ferroviario, el tío Artiom, y me trajo a casa. Yo tenía que caminar cuatro kilómetros para llegar a la escuela que se encontraba en el pueblo de Komarovka. Acuerdo mucho de la nieve, la lluvia, el viento y malos caminos, y también como yo y mis compañeros, siendo chicos, jugábamos descalzos el fútbol, como corríamos para ayudar a nuestras madres con las tareas domésticas, si nos llamaban. Y nunca decíamos que no queríamos hacerlo. En seguida nos corríamos a nuestros hogares: allí nos esperaba no sólo el trabajo, sino también el pan horneado por las madres con una corteza crujiente. Nunca olvidaré el aroma del pan que hacía mi querida madre...
De la armónica al acordeón
Tengo buen oído desde la infancia. Solía repetir bien melodías y canciones. Y, por supuesto, quería aprender a tocar algún instrumento musical. Así en mi vida entró la armónica. Me la regaló mi tío, Pasha, marido de la hermana de mi padre. Él la tocaba muy bien y no podía no notar mi talento. Pero aquella armónica no “me obedeció” de inmediato: antes de empezar a tocarla, tenía que aprender su estructura, sus botones estaban puestos no de modo vertical, como en un instrumento común. Aunque yo tenía siete años, descubrí su secreto y empecé a tocar melodías conocidas.
Recuerdo muy bien como tocaba en las fiestas que se celebraban en algún hogar. Y como los jóvenes pedían a mis padres que me dejaran asistirlas. Y como alguien me ponía en sus hombros y me llevaba al “club”.
Nunca voy a olvidar, como trabajaba en la granja agrícola en el verano como un pastor junto con mi hermano, Volodia, y como ingresaba en la escuela de la música en Kríchev para aprender a tocar el acordeón. Si no hubiera sido el vicedirector de la escuela, Mikhail Levit, probablemente no me convertiría nunca en un músico profesional. Gracias a él, mostré todo mi empeño y aprendí a tocar bien el acordeón. Después de las palabras suyas, al estudiar seis meses en la escuela de la música, que no iba a salir nada, comencé a practicar por diez horas al día: antes y después de clases. Y para el final del año académico gané el segundo puesto en el concurso provincial de acordeonistas. Ahora entiendo cómo agradó mi éxito también a mi maestro. Pero esta escuela no la había terminado: tomé la enfermedad de mi maestro más favorito como una tragedia personal. Además de eso, ya me gradué de la escuela secundaria ya debía seguir adelante.
Me fui a Moguiliov e ingresé en la facultad de directores de orquesta y coro del colegio de la música. Al hacer un año, me llamaron al ejército. Era el año 1968. El tiempo de servicio en las filas me lo recuerdo tan bien, como si fuera ayer. Y mi tanque, T-62, así como el tiempo de formación de soldado en Borísov, y como los cuatro meses nuestro batallón de combate lo pasó moviéndose hacia Eslovaquia a través de toda Ucrania, desde mayo hasta agosto. Y como tocaba para eslovacos las canciones, “Noches de Moscú” y “Katyusha”. Cuando recuerdo esos días, no puedo evitar una sonrisa en mi rostro: mi acordeón de serie, “Rostov-on-Don”, era parte de la munición y viajaba conmigo en el tanque.
Galina y Vitaly Slobodchuki
Los hérculesos de Neva
Me gradué con honores del colegio de la música de Moguiliov, trabajé un poco en la escuela técnica de la granja del estado, pero tenía deseo de seguir estudiando más. Entendí muy rápidamente que no podía vivir a cuenta de mis padres, por lo tanto, me presenté los documentos en el Instituto de la Cultura en Leningrado (ahora San Petersburgo — Aut,), en la facultad de estudios a distancia. Pero en la comisión de admisión me preguntaron: ¿Por qué no quería estudiar a tiempo completo? Resultó que, aunque el concurso fue decente –seis personas para un solo puesto– yo tenía ventajas para la admisión a la universidad: era graduado con honores del colegio de la música y ya había pasado por el servicio en las filas. Además de eso, yo era candidato a los miembros del Partido Comunista de la antigua Unión Soviética. Dudé poco tiempo y escribí una solicitud para la admisión a la facultad de estudios diurnos para aprender la profesión de director de orquesta y coro. Esto sucedió en la oficina del catedrático, Iván Poltávtsev, jefe del departamento de dirección coral, quien me impresionó mucho diciendo que yo era un digno candidato para la admisión a la facultad. También la gente hermosa, inteligente y con talento –que vi en el instituto– me encantó mucho. A su vez, la ciudad de Leningrado con su Palacio de Invierno, el hermoso río Nevá, el Malecón del Palacio, la Fortaleza de Pedro y Pablo, la Fontanka y otras sus lugares emblemáticos, me atrajo más que todos los argumentos. Vivir y estudiar aquí durante cinco años, pensé yo, no tenía nada que ver con venir dos veces al año para rendir pruebas.
Tuve mucha suerte. Pude conseguir el trabajo de conserje en el instituto. Y durante dos años barrí el Malecón del Palacio, donde sigue permaneciendo nuestra universidad hasta hoy día. Me ofrecieron un alojamiento en el sótano del instituto, que tenía su pequeño fondo de viviendas.
Tenía que levantarme a las tres de la madrugada y tomar mi escoba... Por supuesto, luego quería dormir en las clases, pero yo trataba ir a la cama temprano, si no había actividades culturales o conciertos. Con el tiempo, me acostumbré a este ritmo.
En el instituto me enamoré de mi futura esposa, Alla. Nos casamos siendo estudiantes del penúltimo año. En el día de matrimonio, el dos de noviembre del año 1975, la ciudad de Leningrado ya era cubierta de nieve. Y recuerdo muy bien como los zapatos blancos de Alla se llenaron del agua de la nieve derramada...
Una vez graduados, elegimos el colegio de la cultura de Bélgorod, dónde entonces fue creado el departamento del coro popular. A propósito, mi mujer es la trabajadora emérita de la formación profesional media de la Federación de Rusia, y sigue trabajando aquí. Nosotros, dos jóvenes graduados del Instituto de la Cultura de Leningrado, hicimos la primera elección de estudiantes para esta facultad. Recuerdo qué orgulloso y felicidad sentíamos nosotros trabajando juntos, aunque no ganábamos mucho. Al principio rentábamos una casita, luego nos dieron un cuarto en el albergue, justo cuando comencé a dirigir el conjunto musical de aficionados en la escuela profesional número seis. Allí también encabecé la organización del Komsomol.
También trabajé en уl comité provincial del Komsomol y en el comité provincial del Partido Comunista, así como del director del Palacio de la Cultura, “Jubileyni”. A su vez, en Bélgorod dirigí durante 23 años la escuela de la música. A esta altura, volví a dirigir el Palacio de la Cultural, “Jubileyni”, donde opera nuestro Centro arte popular.
Con mi esposa, Alla, ya hemos celebrado el aniversario número 40 de vivir juntos. Tenemos dos hijos adultos: la hija, Liudmila, y el hijo, Ilya. Ellos también son músicos. Además de eso, Liudmila es folclorista según su formación y es candidata a doctora en ciencias. Ilya es flautista, artista de orquesta e ingeniero de sonido de la Filarmónica de Bélgorod. Estoy orgulloso de que él es también tutor del órgano. Ha tenido pasantía en Alemania y ahora configura y toca este instrumento musical muy único. Cabe destacar que el órgano fue hecho por los alemanes, mientras se construía un nuevo edificio de la Filarmónica. Hace un par de años ellos vinieron y fueron gratamente sorprendidos por lo que el órgano permanecía en buen estado.
Vitaliy Slobodchúk: “Hay también dos belarusas entre mís artistas”
Los Slobodchuki
Durante la vida en varias ocasiones me crucé con los belarusos. Mientras dirigía el colegio de la música, allí trabajaban varios belarusos. Y ahora, en el Centro de arte popular trabajan dos mujeres belarusas. Son muy buenas profesionales. Pero mi mejor amigo es el director del Teatro Nacional Académico de Drama Shchepkin de Bélgorod, Vitaly Slobodchuk, o mejor dicho, llevamos muy bien entre las familias ya como 30 años. Su esposa, Galina, es también belarusa. Su padre, general, era oriundo de Baránovichi. Mikhail Vikéntievich Khoryok. Participó en la Segunda Guerra Mundial y en 1945 regresó del frente. La madre de Galina falleció en 1941 y el padre se casó por segunda vez, y en 1947 a ella y su hermano, George, llevó a Baránavichi. Es decir, reunió la familia. Claro que es una historia diferente.
El hombre falleció temprano, a los 56 años de edad. A su vez, su abuelo, contaba Galina, trabajaba en el ferrocarril en Baránovichi e incluso fue galardonado con el Orden de Lenin...
Nosotros nos reunimos cada año, después de las celebraciones en Prókhorovka dedicadas al Día de la Victoria. Y, por supuesto, recordamos a todos nuestros seres queridos que ya no están con nosotros. Entre ellos, a mis padres. A propósito, el amor hacia la música también unió a los Slobodchuki, al igual como a mí y mi esposa, Alla. Galina tocaba el piano, Vitaly el violín. Lo que es interesante, creo que él también es belaruso. Su padre era de Smolensk, pero antes este territorio fue belaruso...
Es cierto, el Día de la Victoria es una fiesta sagrada. A su vez, para los Slobodchuki es una doble celebración. Pues Vitaly es nacido dos veces, como se suele decir. Con él, tan pronto como nació, pasó la siguiente historia. Imagínese: tenían lugar combates más graves, bombardeos y su madre embarazada con sus hijos y otras personas se escondió en un sótano... La mujer estaba a punto de dar a luz a Vitaly, el séptimo en la familia. Por alguna razón salió del sótano y en seguida fue herida en el brazo. Regresó al sótano y parió justo allí, entre las bolsas con patatas. Y luego, cuando los alemanes se retiraron, para que a las hermanas de Vitaly no se las llevaran a Alemania, la madre con sus hijos se dirigió a Bélgorod. La llevaban en un carrito, y la hermana mayor llevaba a Vitaly recién nacido. Entonces tenía sólo 16 años. Los soldados la preguntaban, si era hijo de un alemán. ¡Cómo sentía la chica! En el camino pasaron por un puente a través de un pequeño riachuelo. Y la muchacha se escondió entre las cañas, dejó en la tierra al bebé y corrió. Corriendo pensaba, qué diría a su madre, cuando llegaría el momento de dar de comer al pequeño. Fue la guerra y la jovencita podría decir que el bebé falleció... Pero decidió regresar y tomarlo, luego durante toda su vida la hermana decía que Vitaly nació dos veces, una vez lo parió su madre y la segunda vez ella. Vitaly nación el 14 de agosto de 1943, y la ciudad de Bélgorod fue liberada el día cinco.
Vitaly no podía contener las lágrimas contando esta historia dramática y triste. Y nosotros, también comenzamos a llorar junto con Alla y Galina. Pero, en realidad él es hombre alegre, ama la vida y tiene buen genio.
Me siento muy orgulloso de tenerlo como amigo, así como de nuestra amistad. Una vez, él dijo, que nosotros ni siquiera pudiéramos pelear. Era verdad. Imagínese, siendo vecino del barrio de bandidos de Bélgorod, Peskí, donde podrían golpear por lo que uno iba con un violín en las manos, Vitaly se convirtió en una persona muy decente. Como el mismo dice: violín me hizo. Sus padres eran gente sencilla. En el segundo año de estudiar en colegio de la música él comenzó a tocar en las orquestas: en las bodas, los funerales... ayudando a su madre...
Vitaly tuvo muchos momentos interesantes en la vida con Galina. Uno de ellos es que cuando Galina se lo dejó de ir a estudiar en los mejores cursos de teatro en Moscú. ¡En la forma diurna! Familia, niños, Vitaly ya tenía 42 años. Claro que había algunas dificultades, pero todo el mundo las tenía...
Vitaly Slobodchuk es muy buen hombre y sabe manejar el teatro. Es muy buen director, está en su lugar, sin ninguna duda. En su teatro ponen en escena sus actuaciones los mejores directores rusos. La obra belarusa, “Soldados”, de Alexei Dúdarev también fue puesta y tuvo mucho éxito taquillero.
El teatro con Vitaly Slobodchuk se hizo más exitoso. Las entradas se agotan rápidamente. Además de eso, en el teatro se celebra el festival, “Actores de Rusia a Mikhail Shchepkin”. Como dice el mismo señor Vitaly, el festival tiene mucha importancia no sólo para Bélgorod, sino también para toda Rusia. Por su contribución al arte teatral en julio de 2007 Slobodchuk fue galardonado con el título del “Ciudadano de honor de la ciudad de Bélgorod”. ¡Así es mi mejor amigo! A propósito, Vitaly trajo en dos ocasiones al festival, “Torre Blanca”, celebrado en la ciudad belarusa de Brest, los espectáculos que ganaron premios.
Podría contar muchas cosas sobre los Slobodchuki, sus hijos y nietos. ¡Es buena gente!
Prokhorovka, 2015
La vida continúa
Nikolai Gráshchenko también contó sobre sus relaciones con los colegas en el campo de la cultura, en particular, sobre el festival internacional de folclore, “Otoño de Hotmyzhsk”, que tiene lugar cada dos años en la provincia de Bélgorod, municipio de Borísov, pueblo de Hotmyzhsk. Precisamente el pasado otoño allí, como nos dijo una de las colaboradoras del Centro de arte popular, Anna Kaláshnikova, a propósito, también nuestra paisana –nació en Begoml– de Belarús vinieron más de 50 grupos artísticos de la música popular, el canto y la danza, así como 159 maestros del arte decorativo y aplicado y los artistas aficionados. Fueron procedentes de las provincias de Vítebsk, Moguiliov, Minsk, Gómel y otras. Rusia estuvo representada por las provincias de Bélgorod, Voronezh, Lipetsk, Kursk, Rostov, Tambov y Rostov-on-Don, Vladimir y de Moscú.
A propósito, cuando el festival fue inaugurado el 18 de septiembre, en Sochi, en el marco del Segundo Foro de las Regiones de Belarús y Rusia, fue celebrado el acuerdo entre el Gobierno de la provincia rusa de Bélgorod y el Gobierno de Belarús sobre la cooperación económico-comercial, científico-técnica y cultural. El acuerdo es por cinco años. Se establece que las partes deben crear las condiciones organizativas, financieras, económicas y legales necesarias para el funcionamiento de las empresas mixtas, el desarrollo y la implementación de los proyectos y programas de interés mutuo. También deben garantizar la participación de las entidades económicas en esas ferias, exposiciones, subastas y otros eventos. Además de eso, se realiza el intercambio de delegaciones y especialistas en diferentes ramas del comercio y las actividades económicas de otro tipo. Las partes también promueven la cooperación en el ámbito de la ciencia y tecnología, cultura y esfera social. Se activa también la interacción de las asociaciones nacionales y culturales, las organizaciones públicas, así como el intercambio regular de grupos creativos.
Recordamos bien nuestros sentimientos positivos causados por un viaje a la provincia rusa de Bélgorod, que coincidió con un evento importante como el Segundo Foro de las Regiones de Belarús y Rusia destinado para fortalecer nuestras relaciones y la amistad entre nuestros pueblos.
Como se sabe, la amistad entre los dos países y pueblos está reforzada por los contactos también personales entre la gente. Lo que hemos vuelto a ver una vez más, visitando en Bélgorod. Nuestros buenos amigos no sólo eran belarusos, sino también sus amigos y familiares más cercanos. Sobre el encuentro con el hermano, ex piloto, hijo de un veterano de guerra, Oleg Lugovskoy –que ha visitado en varias ocasiones Belarús, en particular, un campo de aviación militar en Machulishchi en afueras de la capital belarusa, Minsk, y su participación en la Segunda Guerra Mundial– ya hemos contado en el número №11-2015 de la revista. Merece ser también mencionada la historia de Nikolai Pyshnev, piloto emérito de Rusia y nuestro viejo amigo, que ahora vive con su familia en el pueblo de Dubovoy, ubicado en afueras de la ciudad de Bélgorod. Como Nikolai Gráshchenko se siente orgulloso de su amistad con Vitaly y Galina Slobodchuki, tanto a nosotros nos agrada mucho nuestra amistad de muchos años con Nikolai y Alla Pyshnevi. Aunque nos reunimos no tan a menudo, pero las tecnologías modernas nos permiten ver uno a otro e intercambiarnos de noticias.
Estamos orgullosos de que Nicolai de piloto instructor de la Escuela de la Aviación de DOSAAF de la ciudad de Volchansk (provincia ucraniana de Jarkiv — Aut.) pasó a ser el piloto de clase internacional y ocupó posiciones de mando, y está mejorando constantemente sus habilidades profesionales. Fue el primer comandante de la aeronave, que en su momento volaba de Yakutsk a los Estados Unidos, China y Bulgaria. Y sin accidentes voló en torno a trece mil horas. En el sitio WEB, www.yakutskhistory.net, se puede leer: Nikolai, al aprender a volar en el avión, Tu-154, obtuvo el permiso de trabajar como instructor de aviación y capacitó a 20 pilotos. Tuvo que llevar también a delegaciones gubernamentales rusas. Al regresar de Yakutsk, trabajó como vicedirector general de la empresa, “Líneas aéreas de Bélgorod”. Estuvo en Minsk en varias ocasiones por el trabajo. ¡Qué buen narrador es Nikolai Pyshnev! Sobre su fascinante vida del piloto y sus amigos, entre los cuales están también los belarusos, él podría escribir todo un libro. Pero por el momento, son solamente sus planes. Actualmente, ayuda a cuidar a su pequeño nieto y sueña que todos nosotros tengamos la paz y el cielo azul.
Iván y Valentina Zhdanóvichi