Una agradable impresión ajena

Tales fiestas como aquella que celebramos el 3 de julio no languidecen.
Tales fiestas como aquella que celebramos el 3 de julio no languidecen. Porque vienen de la vida. Belarús en los años de la Gran Guerra Patria pagó un gran precio para quedarse en el mapa entre otras repúblicas de la Unión Soviética.


Photo: Vitaliy Gil

El pueblo demostró la valentía y la firmeza para resistir al enemigo cruel y derrotarlo. ¡Honor y elogio a los vencedores por esto! En este sentido es especialmente elocuente la fiesta del 3 de julio. Su leitmotiv es el agradecimiento eterno a los libertadores de Belarús de los invasores fascistas, entonces, en julio de 1944. Con esta fecha está relacionada la contemporaneidad. El 3 de julio es no sólo un aniversario de la liberación sino el Día de la Independencia. Es el Día de la República. Es la principal fiesta nacional de la Belarús contemporánea. Para la sociedad ya es bastante habitual. Por otra parte, lo grande se ve desde lejos. En vísperas, el 2 de julio la oficina matriz del holding mediático SB-Belarús segodnia la visitaron los diplomáticos, más exactamente los agregados militares de las embajadas acreditadas en Belarús. Asistí a la entrevista e intervine con un discurso, contando incluso la revista Belarús, su papel en el arreglo de la comunicación con los lectores extranjeros. Según mi parecer, todo resultó mutuamente interesante. Luego en una conversación con el diplomático canadiense Craig Fowler oí sus impresiones de Belarús. Llegó de Moscú, el 2 de julio por la noche ya en Minsk veía por la tele la intervención de Alek­sandr Lukashenko y el concierto festivo con motivo del Día de la Independencia. Craig Fowler estaba encantado de la acción en la escena, la solemnidad y la belleza del momento. Dijo sinceramente que la historia canadiense es corta y no ocupa tan importante lugar en la sociedad. Y vosotros, los belarusos, sois héroes: tenéis la historia rica y la apreciáis. Es una impresión ajena, pero agradable.

En conclusión, un acento más. En Belarús respetan y siempre recordarán a las víctimas de la Gran Guerra Patria. Lo confirma el mitin-réquiem dedicado a la inauguración del complejo conmemorativo Trostenéts. Precisamente aquí, en las afueras de la aldea Maly Trostenéts, funcionaba el campo de concentración más grande en el territorio invadido de la Unión Soviética. Aquí murieron más de 200 mil personas, incluso los ancianos, mujeres y niños. Aquí llevaban en trenes a la gente de diferentes nacionalidades y religiones. No sólo a nuestros compatriotas, sino a los habitantes de otros países europeos: Polonia, Alemania, Austria, Checoeslovaquia. Trabajaba una tremenda cadena de muerte. No se debe olvidar que en el territorio del país había unos 250 campos de prisioneros de guerra soviéticos, 350 lugares de presión de los civiles, 186 ghettos judíos.

Sin dudas, el monumento en Trostenéts es un símbolo de reprobación de la política nazista antihumana respecto a los civiles de toda Europa. Todavía está en construcción. Ante los arquitectos está planteado el objetivo bastante complicado — inmortalizar la memoria de las víctimas del fascismo, conservar la autenticidad histórica y crear una imagen total de los sufrimientos del pueblo. El monumento conmemorativo debe convertirse en un testimonio visible de la tragedia horrible que se desarrolló en el centro de Europa, en la tierra belarusa.

Lean las publicaciones “En nombre de los ideales del bien y la misericordia”, “Puerta de la memoria”.

Y por supuesto, otros materiales del número.
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