Érase una vez Brátskovichi

Ya no existe este pueblo en el municipio Kostyukóvichi, provincia de Moguiliov
Ya no existe este pueblo en el municipio Kostyukóvichi, provincia de Moguiliov: sus habitantes fueron reubicados algún tiempo más tarde después del accidente en la central nuclear de Chernóbyl. Ahora el pueblo vive solamente en los  ecuerdos... 

¿Cómo nuestra alma elige los lugares terrenales? Es todo un misterio... Mi pueblo de Brátskovichi fue víctima de la catástrofe de Chernóbyl. El accidente a nosotros al igual que a todos los vecinos hizo dejar estar tierras contaminadas. Sólo nos queda guardar en la memoria los recuerdos de los años de vida en el pueblo, donde nacimos y crecimos. Allí, mi alma pudo encontrar un gran tesoro muy valioso para mí y acumular la bondad y belleza para toda mi vida. 

...Nuestra calle se llamaba Randa. Recuerdo cuando niños, nos reuníos todos juntos, y era tan agradable pasar tiempo en la compañía de mis amigos. Pues en estos terrenos inmensos podíamos jugar en diferentes juegos, pasear por el prado e ir al río. O visitar una arboleda muy bella. Nunca nos aburríamos allí, en cualquier temporada del año el alma se llenaba de alegría. Y cuando uno observaba como la primavera pone pañuelos verdes a las niñas-abedules. Y también en el verano: pues justo detrás de nuestra huerta se encontraba un prado lleno de flores, un poco más adelante un riachuelo y más en la colina una linda arboleda. En las orillas del río se reunían adultos y niños. Todos se divertían mucho. También el otoño nos fascinaba con la abundancia de sus jardines. Recuerdo, como si me lanzara a mis manos la manzana cubierta de rocío.... Los arbustos de color oro. Y en la temporada de hongos yo iba a la arboleda con un perro pequeño, que parecía a un osito, que me ayudaba a buscar hongos, rastrillándolos con sus patitas. Alrededor reinaba un silencio total y sólo las hojas susurraban. El entorno parecía al de un cuento de hadas. 

Mis padres me enseñaron a respetar a las personas que trabajaban en el campo. Por primera vez oí hablar a mi padre: la Patria comienza con un grano tirado en un campo. Por lo tanto, yo con un respeto muy especial siempre trataba a los agricultores. Una vez observé como estaban trabajando las mujeres en el campo recogiendo el heno. Eran tan hermosas, bronceadas, en los vestidos de colores. Se oían chistes y sonaban risas por todos lados. Parecía que incluso la naturaleza se alegraba. El sol brillaba con más intensidad, observando toda la belleza del trabajo de las mujeres, las relaciones entre ellas, el encanto del ambiente rural y la hermosura natural de las mujeres. Cuánto tiempo ha pasado... 

Mi madre era maestra en la escuela secundaria del pueblo de Brátskovichi. Desde la edad muy temprana, me encantaba la escuela, porque mi madre a menudo me contaba sobre su trabajo, sobre sus colegas y alumnos. Y sus ojos brillaban de la felicidad. Pues ella amaba mucho a esta gente abierta que solía trabajar duro y relajarse bien. En verano, por las noches los vecinos se reunían en la calle. Y me gustaba escuchar a las mujeres cantando y ver como brillaba el rocío en el prado. Y también sentir con todo mi cuerpo como la tierra duerme muy tranquilamente. En las noches las violetas olían tan rico. Y a mi lado siempre estaba mi madre. A propósito, ella, Avkhachova María Ivánovna, en Brátskovichi dirigía también un conjunto folklórico. Los maestros, alumnos y otros vecinos estaban atraídos por la belleza del arte. Recuerdo aquellos minutos de transformación en el escenario que traían a los espectadores y los artistas rurales, entre los cuales estaban muchos talentos, muchos momentos muy agradables. ¡Cómo tocaba el acordeón uno de los vecinos! También recuerdo que el Ministerio de Cultura de la República Socialista Soviética de Bielorrusia otorgó el diploma a los artistas del pueblo. 

En Brátskovichi, rindiendo homenaje al trabajo, también respetaban días festivos. Se las celebraban con mucho entusiasmo. Por ejemplo, yo y mis amigas con impaciencia esperábamos las Pascuas: para este día de fiesta mi madre siempre me cosía un vestido nuevo. Recuerdo como cantaba de alegría mi alma. Yo quería correr a algún lugar como un arroyo primaveral, rápido, limpio y vibrante... 

La época más bella de mi vida seguramente son los años escolares. La primera maestra para mí, así como para mi hermana mayor y mi hermano, fue nuestra madre. Al principio, ahora recuerdo con una sonrisa, no me gustaba que mi madre acariciaba la cabeza de otros alumnos... Pero de alguna manera me acostumbré a ello. Ya en la escuela primaria nuestra madre nos hizo descubrir un maravilloso mundo lleno de bellezas. ¡Qué bien fue estudiar en la escuela! ¡Sentía el amor de mi madre-maestra! En el recreo salíamos al patio de la escuela para jugar en varios juegos y divertirnos. En los grados mayores, cada materia era interesante a su manera. Queríamos y respetábamos a cada uno de nuestros maestros. Nunca voy a olvidar la escuela: era un magnífico palacio, donde los niños no se aburrían nunca y los maestros eran magos buenos e inteligentes. En el recreo más largo o después de las clases nosotros corríamos a una arboleda, a aquel reino con una naturaleza maravillosa. Recuerdo que en todas partes nosotros nos sentíamos muy bien: en las clases y trabajando en las parcelas escolares, así como en los bailes. Ahí nuestras jovencitas se veían más atractivas. Y fue agradable captar las miradas de los chicos... Nosotras queríamos parecernos a las maestras jóvenes. 

¡Qué bonito era el sentimiento del primer amor! ¡Qué agradable cuando un chico te regalaba flores y estaba dispuesto para nadar hasta la mitad del río para conseguir un lirio blanco! Pero él no admiraba a la flor, sino a tí... Es como en el poema del reconocido porta belaruso, Maxim Bogdanóvich: “Sólo ves la belleza, /El rostro encantador de una muchacha / Sus ojos azulados...” Desde lo alto de los años, me parece que estábamos muy felices porque teníamos una gran riqueza: nuestra juventud, porque amábamos y todo alrededor nos agradaba: el prado, la arboleda, el jardín. Y los maestros en la escuela eran muy amables y trabajaban como una orquesta armoniosa. Cuando la música mágica de las relaciones humanas sinceras y cordiales sonaba generosamente, los corazones jóvenes respondían. Nuestros queridos maestros... Ellos no sólo nos dieron conocimientos en diferentes materias, sino también nos enseñaron a amar nuestra Patria. Y nosotros estábamos dispuestos –en caso de peligro– a proteger cada árbol, cada arbusto y los hogares de nuestros padres: todo lo que se llama la Patria. 


¿Pero cómo podríamos proteger todo esto, si la tierra natal fue contaminada con un enemigo invisible: la radiación? Nosotros tratábamos llegar a la luz y la bondad. Como un pequeño brote se eleva hacia el sol y la brisa: sin saber qué lo espera el frío y las heladas. Que duro aceptar que sin ninguna razón puede ser destruida la vida de una persona. Al igual como el río grande se inicia en pequeños arroyos, los maestros nos alimentaban con los conocimientos, preparándonos para una vida independiente. Bueno, tal vez, entonces nosotros no sabíamos que en la vida hay adversidad y sufrimientos... y por lo tanto, los años escolares serían recordados como algo muy lindo. 

Inmediatamente, una vez me gradué de la escuela secundaria, me enfermé gravemente. En Cuando me recuperé un poco, estaba estudiando en el instituto en Moscú. No pude terminar estudios por la salud. Durante algún tiempo viví y trabajé en Minsk. Pero resultó que la ciudad bulliciosa no era para mí, por lo tanto, cumpliendo con el consejo de los médicos, regresé a mi tierra natal. Allí trabajaba y periódicamente pasaba por los tratamientos en hospitales y sanatorios. Era en mi vida un momento, cuando, como se suele decir, estaba entre la vida y la muerte. Entonces tenía un solo deseo: al menos una vez más pasar por mi pueblo natal de Brátkovichi... Visitar casa paterna con el jardín que se encontraba al lado del pequeño río... Pasar por la arboleda en la colina, ver el campo de centeno, abrazar a mi mamita me acariciara la cabeza. Y quería tanto todo eso: como si fuera un trago de agua purificada de una fuente. 

Mi alma y mi corazón recuerdan siempre mi tierra natal. Y me duele mucho que nunca más me recibirá en la puerta de nuestra casa mi querida mamita. No me dará su amor... Varias veces tuve la oportunidad de visitar mi pueblo en la zona de evacuación, el día de difuntos. Estaba dispuesta para besar mi tierra natal: en su hora feliz y en tiempos difíciles. A su vez, los vecinos nuestros se abrazaban en el cementerio, comenzaban a hablar sin poder dejar de hablar. De la tierra natal salía un calor muy especial. Y ella no quería al parecer dejar de ir a sus hijos... 

Ahora ya no puedo ir a mi pueblo natal, pues ya no existe, tampoco está mi casa paterna, que, me parece, podría acariciarme como la madre a su niño. Tampoco hay lugar, donde se encontraba nuestro pueblo de Brátkovichi. Pero mi pequeña Patria, incluso huérfana, sigue siendo cercana y querida. Y yo entiendo a aquel oficial ruso, protagonista del famoso romance que amaba mucho su país, y una vez en el extranjero, cuando tenía que ir a pelear, dijo: “Señores, cómo me gustaría pelear entre los abedules”. Yo también podría decir que me alegro mucho de que en mi vida era el pueblo de Brátkovichi. Con sus abedules de troncos blancos, cerezos silvestres, prado floreciente, casa paterna, escuela... ¡Qué poder tiene la naturaleza y el mundo sobre una persona! De fuentes naturales los artistas sacan inspiración para crear sus pinturas. Los escritores expresan sus sentimientos en historias y poemas. Y también nacen canciones. Uno las escucha e imagina como se mueven abedules en la orilla del río. Ve el cielo lleno de estrellas, oye el susurro maravilloso de bosques... Parece que todo esto hay en la tierra natal, donde permanecerá para siempre una parte del alma y el corazón de todos nosotros, los aldeanos. 

Miro las fotos: antiguos maestros, sus alumnos, mis compañeros de la escuela... Viajar al pasado a veces es muy triste. Ya han fallecido algunos de ellos. Tengo en mis manos los testimonios de tiempos pasados, de una vida pasada muy valiosa para mí. Y qué difícil era decir adiós definitivo a mi pueblo natal en relación con el reasentamiento obligatorio. Parecía que incluso árboles y arbustos en el jardín hubieran puesto tristes. Y de repente comenzó a florecer la fragante flor de la lila que estaba cerca de la ventana de la casa paterna y por la mañana me saludaba. Justo en el tiempo de reasentamiento murió mi madre, luego mi hermano, que vivía en Minsk. Mi hermana vivía en Ucrania. Después de mudarme al pueblo (ahora agropueblo) de Shareiki empezó una época muy difícil para mí en todos los sentidos. Se agravó la anemia de modo que de alguna manera perdí la capacidad de trabajar. En ese estado yo como si estuviera viviendo entre los muertos... Si el alma humana es inmortal, tal vez tenga que asumir la responsabilidad de todas nuestras acciones. Me da mucha pena que algunas personas hacen mal en la corta vida terrena. Unos quieren destruir lo que otros han creado. Yo miro a mi interior y me siento que mi alma quiere vivir en armonía, bondad y belleza. Pero la bondad y el mal, como se sabe, no se combinan. 

¿Qué es el misterio de la vida? ¿Qué poder tiene? ¿Qué nos hace amarla y querer vivir incluso entonces, cuando vivir es muy duro? Tratar de salir de la nieve al calor para ver la luz de campanillas azules sin tomar en consideración todos los obstáculos posibles. Cada uno tiene sus pensamientos, opiniones sobre el significado de la vida y nuestro propósito en esta tierra. A veces se puede oír: la vida no tiene sentido... Se la comparan con un rayo del sol, que brilló por un momento entre las nubes y desapareció muy rápido... Sin tener sentido, sin ganar nada... Tal vez, el valor de la vida está en la oportunidad de disfrutar de este momento brillante de la vida. Tal vez de vivir como un ser humano. Cuando nos fijamos en un prado floreciendo, no vemos flores separados... Y cada una de ellas es un pedacito de belleza. Y me parece, que cada uno de nosotros quería ser como esta flor. Entonces, tal vez, toda la vida, todo el mundo habría sido diferente. Más bueno, más feliz y más hermoso... Como mi pueblo natal de Brátkovichi, que estaba en mi vida. Y permanecerá conmigo para siempre. 

Nina Gavrilenko, agropueblo de Shareiki Municipio de Kostyukóvichi, provincia de Moguiliov 

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