Historia cotidiana sobre el árbol navideño, el amor y los celos

El Año Nuevo es la época para acordar de los momentos vividos. Es el tiempo, cuando nosotros de repente comenzamos a darnos cuenta de algunas cosas muy importantes, incluso empezamos a entender mejor a nosotros mismos.
El Año Nuevo es la época para acordar de los momentos vividos. Es el tiempo, cuando nosotros de repente comenzamos a darnos cuenta de algunas cosas muy importantes, incluso empezamos a entender mejor a nosotros mismos.

Es una historia real, que, en mi opinión, merece ser contada en la víspera de la celebración de la Navidad y el Año Nuevo. Me la contó la dueña de una cabaña, que yo junto con mis amigos alquilábamos el verano pasado durante las vacaciones en Crimea, en la parte norte de la ciudad de Sebastopol, en la playa Uchkúevka que goza de mucha popularidad de los belarusos. Una tarde, sentada en una colina, con vista impresionante al mar, vi a Valentina. Ella estaba caminando en el cercano bosque de pinos, de donde llegaban ricos olores de agujas de pinos y hierbas. Ella se me acercó y preguntó: ¿Qué le parece aquí? Comenzamos a conversar. La cálida noche del sur de Ucrania con sus grandes estrellas en el cielo, así como el ruido de las olas nos hacían ser bien francas, por lo tanto, continuamos nuestra conversación en la terraza, tomando té. Valentina empezó a contar.


Alexander Korshakevich
Читать статью полностью на портале «СБ»: http://pl.belarus-magazine.sb.by/spo-eczesstwo/article/yciowa-historia-o-drzewku-noworocznym-mi-o-ci-i-zazdro-ci.html
Alexander Korshakevich
Читать статью полностью на портале «СБ»: http://pl.belarus-magazine.sb.by/spo-eczesstwo/article/yciowa-historia-o-drzewku-noworocznym-mi-o-ci-i-zazdro-ci.html

— ¿A menudo camina usted entre los pinos? ¿Así fortalece su salud? pregunté yo. No sería mejor nadar o caminar por la playa... Pero la mujer me respondió:

— Tengo toda una historia relacionada con un pino... ¿Quiere que les cuente?

Y mi paisana comenzó a contar esta historia.

Como se sabe, el regreso a la infancia puede ayudar a entender mejor a nosotros mismos y de donde provienen nuestros problemas materiales y espirituales. Soy psicóloga de profesión. Claro que es mucho más fácil analizar la situación, cuando se trata de los problemas relacionados con el mundo real. Lo entendí hace mucho tiempo atrás y llegué hasta tal punto que parece que ya haya aceptado profundamente esta teoría. Cuando mi hijo tenía unos tres años, me enseñó lo rápido que se podía solucionar todos los problemas de la vida. No puedo olvidar cómo mirando la pintura descolorida y las grietas entre los tablones del piso en la casa de mis padres, yo una vez dije: qué piso tan feo, requiere de la reparación... Y mi pequeño hijo –que estaba mirando dibujos en su libro– se levantó en seguida, tomó una caja de plastilina y con mucho cuidado, como si fuera la cosa más importante en el mundo, comenzó a tapar el piso con los pedacitos de la plastilina de color, tratando de hacerlo liso. Pero le costaba cubrir todas las “baches” en los tablones y él no podía entender cómo hacer y me preguntaba cada rato, quién las había hecho... Fue entonces, cuando me di cuenta de cómo los niños perciben la verdad... Cuando joven, me impresionaba mucho, como los chicos alegremente y con ganas se aferran a cualquier trabajo: lavar vajilla, piso, ropa o quitar hierba mala... y se ponen molestos, si los adultos por varias razones, niegan esta iniciativa. Una vez mi esposo dio a nuestro nieto un látigo y le pidió echar del jardín a los pollos del vecino, y luego decidió ayudar al niño. Su ayuda resultó ser un castigo para el pequeño. Tendría que ver, cómo nuestro nieto amargamente lloraba y gritaba: ¿Para qué los echaste, yo quería hacerlo solo, yo puedo...? Tomar y hacer: esta es la ley de la vida. Hay que hablar menos sobre los problemas. Todavía me siento avergonzada de que entonces mis padres mismos arreglaron el piso en su vieja casa sin querer molestar a nosotros, visitantes raros, para que nosotros, sus hijos, no pasaran sus vacaciones pintando piso y olfateando acetona. Desde entonces no soporto proyectos en todas sus manifestaciones. Y los evito en mi propia vida, si de repente me viene algo a la cabeza.

Pero con la esfera psíquica todo resulta más complicado. Con aquella misma donde reside el alma, la sustancia desconocida o algo que no se puede tocar. ¿Qué es el alma humana? Es un misterio que no podemos comprender. Y de vez en cuando, conociendo su misterio, tratamos de explicar a nosotros mismos lo que es en realidad. Lo intenté hacerlo también e incluso una vez escribí un ensayo dedicado a este tema muy interesante. Pero en esta ocasión me gustaría contar una historia bien larga relacionada con el pino de mi infancia, cuando se revelaron todas las profundidades de mi alma.

Este pino congelado –que mis padres por alguna razón lo llamaron el abeto– no me gustó para nada, pues no parecía al árbol esbelto, espeso y con ramas largas y finitas, que vi en la casa de mi amigo, Sashka. No recuerdo cuántos años tenía entonces: tres o cuatro... Pero pregunté a mis padres, por qué el pino nuestro no parecía al de los vecinos. “Ellos la compraron y nosotros trajimos del bosque”, respondió mi madre. Y sus ojos se llenaron de lágrimas. A mí me parecía que también el pino hasta que mi padre no lo metiera en un cubo con la arena y yo con mi madre no lo decoraramos, estaba muy triste puesto en el piso. Yo explorando el árbol, lo acariciaba lentamente... y poco a poco comencé a admirarlo: mi pino estaba vivo y lloraba. Los carámbanos transparentes en las ramas se transformaban en grandes gotas brillantes que caían al piso, como  si fueran lágrimas. Era un cuadro mágico. Estaba sentada al lado y miraba como el árbol se calentaba y con mi palma yo tocaba el tronco y la resina en su corte. Mis dedos se pegaban, lo que me divertía un montón. Incluso ahora recuerdo esta sensación de dedos pegados. También probé sus agujas muy finitas y duras al tacto. Me gustó este sabor algo agrio y amargo. Pero aún más me gustó como olía el pino.

Definitivamente me enamoré de mi árbol navideño, cuando mi madre y yo lo decorábamos. Claro que yo perdoné a mi pino de color verde claro su diferencia con un abeto verdadero. La cosa es que yo quería mucho concluir este ritual de la preparación para la celebración de la Navidad y el Año Nuevo. En las ramas del pino fueron puestos muchos trozos grandes de algodón, con los que mi madre trató de sustituir el número insuficiente de juguetes y la falta de la “lluvia” de plata, como tenía el árbol navideño de mi amigo, Sashka. Este fue el primer árbol navideño de mi infancia. Por alguna razón no están memorizados en mi mente otros recuerdos, ni tampoco recuerdo a mi padre sonriendo en mi infancia bien lejana.

Algo me preocupaba en las relaciones “de algodón” de mis padres. E incluso parecía que yo, así como mi pino navideño, teníamos alguna culpa ante mis padres. Además de eso, a mí me parecía, que mis padres no me amaban. Como ahora entiendo, la razón de este miedo mío era desconocida. También entiendo otra cosa: el miedo de no ser querida por mis padres, del cual ahora hablan muchas mis colegas psicólogas, es el más grave de todos los temores de niño, que marca toda su vida.

Cuando me casé con un hombre belaruso y vine a vivir en Minsk, muy a menudo, hasta hace muy poco tiempo, soñé un pino seco e infeliz...

Cuando dormía, me dolía mucho mi alma y yo me preguntaba ¿por qué tengo este castigo: de año en año se repite este sueño triste? Juguetes caen y se rompen... Agujas de pino llenan el piso… Es más, en el piso están tirados los trozos de algodón y yo siento gran enojo con mi madre: por qué ella no ha roto algodón en trozos más pequeños... al igual como “la nieve” en el árbol navideño de mi amiguito, Sashka. Tomo una escoba y comienzo limpiar el piso y no logro recoger agujas... Ellas están por todas partes, secas y espinosas y pican mis dedos... En el sueño, a mí me irritan también las servilletas de encaje de papel pegadas con el pegamento desagradable en las pequeñas ventanas de nuestra casa... A propósito, nací en la provincia de Khárkov, en Ucrania.

Conté este sueño a mis amigas, mi esposo, mi hijo. Leí tantos libros inteligentes de la psicología e incluso revisé el libro de sueños de Freyd y Nostradamus... Pero no me convenían las interpretaciones de mi sueño. Pensaba que me sentía feliz en la familia, todo estaba bien con mi hijo y hasta el momento mis padres estaban vivos y bien. Y yo misma, como dijo una de mis sobrinas muy bellas, era mujer-fiesta. Pues sabía organizar festejos con la razón y sin ella. Siempre me encantaba reunir a mis amigos y parientes. Una vez, antes del Año Nuevo, incluso compré un pino, similar a aquel, el primer pino en mi vida: quería mostrar a mi hijo el árbol de mi infancia. O tal vez era mi sentimiento de culpa, preguntaba yo a mí misma, me molestaba tanto... Como entiendo ahora, a pesar de que amaba mucho mi árbol navideño, al mismo tiempo sentía vergüenza por su humilde decoración... Además de eso, no podía aceptar la tristeza de mi madre y que durante esta fiesta tan esperada en nuestro hogar nadie se reía y se alegraba.

Pero, lamentablemente, nada me ayudaba: aquel pino seguía molestándome. Me torturaba de verdad. Justo antes de la celebración de la Navidad y el Año Nuevo, cuando todos adquieren pinos, nunca quería ir al bazar navideño. Porque sabía que el árbol, en el cual cada año cuelgo el juguete del anciano Hottabych –que se preservó desde los tiempos de aquel primer árbol– me va a molestar mucho. Era un enorme alivio, cuando las celebraciones navideñas llegaban a su fin, y el símbolo del próximo año se iba a la basura. Por supuesto, todos estos sentimientos extraños se olvidaban hasta el próximo Año Nuevo...

Y luego algo hizo “clic” en las profundidades de mi alma. Y el pino dejó de permanecer en mis sueños. Espero que para siempre.

Cuando falleció mi padre, mi madre comenzó a vivir conmigo y mi esposo. Ella vivió con nosotros casi doce años. Su aniversario número 90 celebramos solemnemente, al invitar una banda militar. Y justo en el césped bajo las ventanas de nuestro apartamento los músicos tocaban sus canciones más favoritas de los tiempos de guerra, que mi padre-músico tocaba en los bailes.

¿Qué es marca o tendencia? preguntaba mi madre y se reía alegremente. A ella, siendo curiosa incluso en la edad muy avanzada, por alguna razón, le gustaban mucho las nuevas palabras, así como todo relacionado con nuestro trabajo. A propósito, ella quería mucho vivir con nosotros en Crimea. Pero no le gustaba celebrar las fiestas del fin del año hasta que ella contó su historia. Era obvio que para ella era muy importante compartir sus sentimientos. Y ella misma, contando su historia, se daba cuenta de lo que le había pasado en su unión matrimonial. La esencia era esa. El padre creyó a su madre: la nuera se veía con un alemán. Así lo contó mi madre: “Había un alemán que trabajaba en el comedor, donde yo y otras chicas limpiábamos las mesas y el piso. El señor me trataba muy bien y tal vez fingía que no notaba cuando nosotras salíamos con pedazos del pan que se quedaba y a veces incluso nos daba manteca...” Con gratitud recordando a Hans o Fritz, mi madre me contaba que alimentaba no sólo a mi hermano de cuatro años, sino también a su suegra, la hermana de mi padre y sus dos niños pequeños. Así pudieron sobrevivir durante los tiempos muy difíciles, hasta que los alemanes se retiraron de nuestra ciudad de Volchansk. Mi padre se retiró del ejército antes de que terminara la guerra, pues fue gravemente herido en las afueras de la ciudad de Kaliningrado y seis meses estuvo en el hospital. Luego regresó a casa, donde lo esperaba su esposa e hijo.

“Al principio, todo estaba bien. Varios años vivíamos felices, aunque pobres. Y para qué mi suegra decidió acusarme en la traición, no se sabía... Y por qué él creyó a su madre...”

Cuando tenía tres años, mi padre se enamoró de otra mujer. Ella era directora del jardín de infancia, donde él trabajo a tiempo parcial de administrador. Ella era hermosa, como mi madre. Incluso eran algo parecidas...

En la celebración del Año Nuevo –donde se reunieron los empleados del jardín de infancia con sus medias naranjas– mi madre se dio cuenta, por culpa de quien mi padre se había hecho tan callado. A pesar de sufrir mucho esta situación, la aceptó, como sucede a veces, por el bien de nosotros, sus hijos. Los argumentos de mi hermano mayor de 16 años de edad, qué diría la gente, si no tenía al padre, y los míos que amaba mucho a mi papito querido, resultaron ser muy convincentes para nuestra madre y ella decidió quedarse. Recuerdo muy bien, cuando yo decía estas palabras: estábamos en la puerta y yo sostenía la mano de mi madre y en su otra mano estaba una maleta con sus pertenecías... La madre trataba de tranquilizar a sí misma que a veces eso sucede en la vida. Y las relaciones entre mi padre y su jefa, como ella misma dijo, al invitarlo a bailar, eran platónicas.

Mi padre vivía alejado de mi madre hasta que su amante no encontrara a un nuevo sujeto, pero soltero. Como ahora entiendo, mi padre sufría mucho, pero al final comenzó a vivir su propia vida. Y mi madre se puso más tranquila: hacía falta vivir... Más tarde ellos pudieron olvidar todo lo sucedido y vivían bastante bien. A la fiesta de mi graduación de la escuela ellos asistieron juntos y yo me sentía muy orgullosa... Y la boda “de oro” de mis padres la celebramos organizando una gran fiesta, lo que saben hacer sólo en Ucrania. Luego, cuando me convertí en madre, perdoné definitivamente a mi padre... E incluso idealizaba su amor, recordando cómo una vez, él arreglaba el pelo ante el espejo, así que pensaba salir, sin poder soportar mi mirada de reojo, dio vuelta y dijo: “Crecerás y todo entenderás...” Claro que con el paso de los años entendí todo...

Es curioso que lo entendía incluso entonces, cuando, siendo una niña inocente, estaba cerca de la puerta de la oficina de la directora del jardín de infancia y escuchando atentamente, imaginaba como regresaría a casa con mi padre y calmaría a mi madre, contando que mi padre y “ella” sólo conversaban... Tal vez, la conciencia de una niña entendía que no hacía falta hacer conclusiones rápidas y que el alma humana –que según mi madre, “dolía mucho”– era una cosa tan compleja.

“Crecerás y todo entenderás...” Muchos años más tarde, cuando los sentimientos y las emociones se mezclaron con la lógica, basada en las propias experiencias de amor, así como en una comprensión de la anatomía de todos nuestros miedos, yo pude entender completamente a mis padres: ellos vivían como podían y a pesar de todo, eran muy buenos padres. Gracias a Dios que hemos podido cuidarles, lograr darles esta alegría de sentirse orgullosos por nosotros. Y mi madre, como aquel pino congelado, se sentía muy feliz junto a nosotros y en la víspera de la Navidad y el Año Nuevo, al obtener muchos regalos y el amor de sus hijos, nietos y bisnietos– dejó de sentir la tristeza profunda. Y espero que en los últimos años de su vida ni siquiera hubiera acordado de aquel terrible Año Nuevo o ya no tuviera fuerzas para pensar en el pasado, quién sabe... Pero lo que es muy curioso, yo también he dejado de sentir la preocupación y una emoción extraña en la víspera de la Navidad y el Año Nuevo, cuyo “virus” me enfermaba durante tanto tiempo. E incluso he dejado de soñar mi primer árbol navideño.

Sin embargo, apareció otra pasión: cada otoño tengo deseo de plantar un pino... Debajo de las ventanas de nuestro edificio ya crecen dos pinos y dos abetos, que yo adorno en la víspera de la Navidad y el Año Nuevo. Y en nuestro jardín de la casa de campo, situada en la tierra natal de mi esposo, en el municipio de Lyakhov, nosotros también plantamos un abeto y varios pinos... Ya crecieron mucho. Cuando en Crimea terminará la temporada de vacaciones, vamos a pasar por este lugar y visitar a los parientes de mi esposo.

Me encanta pasear entre los pinos: mientras paseo, en mi alma se despierta tanta ternura. Trato de disfrutar de cada momento de la vida que vivo. Y pienso: qué difícil es ella, pero tan bendecida.
 
Agrafena Volchánskaya
Заметили ошибку? Пожалуйста, выделите её и нажмите Ctrl+Enter