En el Museo Nacional de Bellas Artes de Belarús fue celebrada con éxito la exposición del artista belaruso-francés, Román Zaslónov

Desde Svisloch hasta Sena

A principios del diciembre pasado, en el Museo Nacional de Bellas Artes de Belarús fue celebrada con éxito la exposición del artista belaruso-francés, Román Zaslónov, nieto del legendario comandante guerrillero, Héroe de la antigua Unión Soviética, Konstantín Zaslónov. Sonaron muchas palabras de bienvenida a todos los que participaron en la organización de la exhibición.



A los visitantes fueron presentadas más de cuarenta maravillosas obras del reconocido artista.

Todos los estudios de artistas tienen características similares. La principal de ellas es el paisaje detrás de las ventanas grandes. Unos artistas ven París, Londres, Nueva York, Chicago, Grodno, Vítebsk, Moscú o San Petersburgo. Otros un campo nevado o un bosque oscuro. Detrás de las ventanas del estudio de Minsk de Román Zaslónov se abre la vista a la avenida y se ve el cielo oscuro belaruso en invierno.

Durante veinte años Román vive “en dos hogares” al mismo tiempo, trabajando en Francia y en Minsk. Estamos en su estudio y conversamos.

“Uno de mis compañeros de estudios bromeó: “¿Podrías imaginar que en la fachada de nuestro museo, a donde nos íbamos a copiar las pinturas de los clásicos, algún día fuera puesto un enorme cartel con tu obra que invitaba a pasar para ver tu exposición individual?”

Diciéndolo, Román se ríe un poco y continúa. “Claro que ni siquiera he soñado. Nuestro museo para mí siempre ha sido un lugar sagrado”.

— ¿Román, cómo te encontraste en Francia?

— A finales de los años noventa del siglo pasado, trabajé con una galería francesa. Hice varias exposiciones. Muchas veces tuve que llevar pinturas allí. Entonces un galerista me propuso vivir y trabajar allí. Pero lo más importante no es el mismo traslado, sino lo que sucede en la mente del artista. Uno decide que se va para siempre. En este caso se trata de la emigración, la salida definitiva del país, con todas las circunstancias concurrentes: la renuncia a la ciudadanía, la nostalgia, la ruptura de las relaciones con la patria. Así fue después de la revolución de 1917 con muchos artistas muy conocidos hoy en día. Pero mi caso es diferente. Me iba y regresaba. Para mí Minsk se está cambiando al igual que para los que viven aquí de forma permanente.

Si cuento todo el tiempo que he trabajado en estos veinte años llegando a Minsk, resultará ser dos años.

— ¿Tienes la sensación de que estás viviendo “en dos hogares” al mismo tiempo?

— ¡No! En mi cabeza como si esté un interruptor, cuando vengo aquí, y luego, cuando me voy. No tengo una sensación de que yo me he ido de Belarús. Aunque hay una pequeña diferencia aquí: del departamento hasta mi estudio debo caminar hacia una calle y de allí en un solo paso se encuentra el mismo. Sólo debo abrir otra puerta.


“Remuda del estudio”. Tela, óleo. 2012

— ¿Pero con el traslado a otro país se está cambiando también el ambiente?

— Sí, el ambiente de allí es diferente. Al llegar a un país extranjero a la edad de treinta y cinco años, ya no podía tener a los amigos que he conocido en la infancia. Pero de alguna manera en mi vida aparecieron otras personas muy buenas. Los primeros cinco años los vivimos en afueras de Niza y ahora estamos viviendo en un pueblo en las cercanías de París. La gente aquí es diferente, no nos aceptó de inmediato. Pero al final vio que somos buenas personas y no molestábamos a nadie y comenzó a tratarnos bien. No hay nada raro en eso: en Francia vivía el famoso artista español, Picasso, y el maestro belaruso, Marc Chagall. La mayoría de modernos artistas franceses no tienen nombres y apellidos franceses. Yo pago impuestos como los demás pintores aquí.

— ¿Eres el único artista que vive en este pueblo?

— No, al lado vive el escultor bastante reconocido en la zona, Michel Levy. El Día del Patrimonio Nacional, en el ayuntamiento del pueblo, están expuestas nuestras obras. En la víspera ponen un cartel impreso, y los vecinos vienen y las miran, admiran y disfrutan del hecho de que en su pueblo viven buenos artistas.

Pero, sabes, con el paso de los años, a mí me gustaría más vivir en la ciudad. Entiendo que París es una ciudad cara, con mucho tráfico... En Minsk todo está cerca, lo que hace la vida de uno mucho más agradable. En París todo es diferente.

— ¿Cambió tu modo de vida?

— Tal vez sólo por ser más corto el camino al estudio: no hay necesidad de llevar un abrigo y poner calzado.


“El ensayo general”. Tela, óleo. 2014

— ¿Cómo trabajas con las galerías? ¿Te dan un plan, tema, te piden hacer pinturas de determinado tamaño, necesitas hacer determinada cantidad de obras, tienes fechas?


— Desde hace mucho tiempo no sigo nada. Pinto lo que más quiero. No tengo ningunas restricciones en cuanto a la cantidad o el tamaño de las pinturas.

— ¿Conoces a alguien que está comprando tus obras?

— Cada pintura tiene tres etapas de la vida. La primera etapa, ella vive en la mente del artista y en su estudio. La segunda etapa es cuando se expone. Esto puede ser una galería en París o el museo belaruso, no importante donde. Pero para las muchas obras la segunda etapa es la última. Se expone y se devuelve al estudio. Si la pintura ha sido vendida, entonces comienza a vivir su tercera vida. Puede ser vendida y revendida varias veces. Esta etapa puede ser muy turbulenta e interesante. Tengo suerte, pues las galerías me permiten conocer y seguir en contacto con los compradores de mis obras. En esta ocasión para ver la exposición celebrada en Minsk desde Luxemburgo llegaron dos de mis compradores, que se quedaron impresionados de nuestra ciudad. Han visitado el teatro de ópera, han probado nuestros platos típicos y ahora dicen que Luxemburgo es un pueblo y Minsk es importante centro cultural (el artista se ríe).

— ¿Román, tienes contacto con nuestros compatriotas que se han instalado en Europa?


— Por supuesto. Me reúno con los artistas belarusos: Borís Zabórov, Andrei Zadorin, Natalia Zaloznaya e Igor Tishin, a pesar de que ellos están trabajando con otras galerías. Hace falta señalar que nos ayuda a mantener el contacto el hecho de que estudiábamos juntos, vivíamos en el mismo tiempo, leíamos los mismos libros, comíamos la misma comida.


“Cinta roja”. Tela, óleo. 2014

— ¿Cómo llegaste a ser un artista?


— No es nada raro. Mi primer profesor fue Sergei Petróvich Katkov. Fue él quien me dio la primera caja sin abrir de las acuarelas, el papel y el pincel. ¡Fue un milagro! Una de mis primeras pinturas fue expuesta en la exposición y luego sobre mí contaron en una película. Pero cuando me preguntaron, quién quería ser, al oír mi respuesta, apagaron la cámara. Dije que quería ser un pastor. Luego fui alumno de Tkachenko, cuando me di cuenta de que no sabía pintar para nada. A su vez, en el estudio de Vasily Súmarev me sentía completamente diferente. Para mí ir allí era toda una fiesta y un gran placer... La siguiente etapa –que fue tal vez aún más importante para mi formación– fue el instituto. A partir de este momento comencé a entender bien que un pintor principiante no aprendía mucho de sus profesores, aunque eran buenos, sino de sus amigos y compañeros de estudios. Fue un tiempo muy bueno en mi vida. Y una cosa más, pero muy importante, acuerdo con mucho cariño de mis estudios en el Instituto de Arte Teatral, así como de sus veladas fantásticas. Fueron toda una improvisación hecha en una semana, pero se hablaba mucho de ellas hasta los próximos encuentros. Hoy en día, todos esos matones –Vladímir Tsesler, Sergei Vóichenko, Dmitry Sursky y muchos otros– son artistas reconocidos. En aquellos años, ellos crearon un entorno único, haciendo un nuevo arte. Lamentablemente, ahora todas las facultades están separadas y se encuentran en diferentes partes de la ciudad. Y ya no hay este magnífico ambiente estudiantil.

— ¿Sientes la nostalgia?

— Cuando una persona deja el país en el que ha vivido durante mucho tiempo, sólo siente la nostalgia por su juventud. Incluso si regresa, ya no va a ver lo que ha conocido antes. Pues es imposible entrar en el mismo río dos veces. Eso es muy cierto.

— ¿Cómo encontraste tu tema?

— No fue fácil. Al servir en filas, durante mucho tiempo no podía entender que debía hacer. Me encontré en el estudio del reconocido pintor belaruso, Mikhail Savitsky. Después del algún tiempo comencé a pintar retratos de mis amigos, reconocidos artistas. Y lo hice. Hoy en día, estos retratos están presentados en mi exposición. De ellos comenzó todo. Empecé a pintar. Es posible que al pasar algún tiempo, yo encuentre algo otro y mi estilo de trabajo cambie otra vez.

Después de esta conversación y los cálidos recuerdos estudiantiles comenzamos a revisar las obras antiguas de Román. Él sacaba cuadros grandes y pequeños, los ponía al caballete y sonreía. Todas sus pinturas tempranas mostraban claramente donde había comenzado este largo camino creativo y hasta dónde podría ir.

P.S. Camino, hierbas, campo, rocas, río... Todo es muy familiar y querido...

Y en las paredes del museo están presentes mujeres bellas de pelo rojo, ciudades mediterráneas, palacios, caballeros, banderas, vestidos de colores, elegante vajilla y miles detalles aún más misteriosos... Es cierto que en las pinturas de Román Zaslónov a veces también se puede observar limpia nieve belarusa, así como árboles solitarios y flores...


Vladímir Stepanenko
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